


Punta Alta. Tuve oportunidad de vivir en la República Federativa por dos décadas, años que me llevan a profesar afición y gratitud hacia ese país y sus gentes, por haber sido vital en la complementación de mi formación profesional y humana.
Es probable que un elemento fundamental en mi aprendizaje en esas tierras haya sido haber podido nutrirme de las diferencias. Este concepto que la filosofía llama alteridad es alimentado por amplísimas asimetrías a aquello que hemos construido como normal en la vida de cada uno.



En este caso específico de nuestros vecinos se inició con disputas territoriales por la América colonial y que dejó especial herencia en las regiones fronterizas, campo de batalla por siglos.
En su cronología fue Colonia portuguesa, Imperio, tuvo Corte, producción con el palo brasil, árbol de donde se sacaba una tintura roja color de brasa, de allí el nombre del país. Luego se continuó con los ingenios de azúcar, minas de piedras preciosas, saladeros, caucho y café, como períodos económicos previos a la industrialización.
Brasil fue construido en su origen con acentuada mano de obra esclava, mayormente de negros africanos, pero también de nativos, con más de cien etnias amerindias diferentes cuando llegaron los barcos de Portugal. Esta secular coexistencia llevó al enorme mestizaje actual, el mayor en Latinoamérica.
Aun así, los lusitanos supieron mantener el unitarismo, diferentemente de España que no pudo dominar mediante sus ejércitos el ímpetu separatista criollo, terminando en la independencia de las muchas repúblicas que formaron la América hispánica.
Hoy, pese al tamaño físico que incluye territorio en el hemisferio norte, existe fuerte sentimiento de brasilidad en su extensión, uniendo a una diversidad notable. Un hombre norteño vecino a Venezuela y Guyanas, el limítrofe con Perú y Colombia al oeste, el gaucho en frontera con Paraguay, Bolivia, Uruguay y Argentina al sur, además de todo el pueblo distribuido en la gigantesca línea costera.
A la formación de esa base social del portugués, negro e indio hay que sumarle las constantes corrientes inmigratorias, venidas de diversos lugares de la tierra. La italiana allá por los 1820, la alemana por 1870 y varias otras posteriores le dieron al país un carácter variopinto de idiomas, religiones y culturas. Para esta notable diversidad, también el clima y la geografía tan diferentes contribuyeron.
En el curso de su historia Brasil también se distanció políticamente de algunas repúblicas en América del Sur, en especial por los intereses personales o grupales de los líderes responsables que condujeron a todos estos países, principalmente a partir del siglo XVII.



En la tierra del carnaval también hubo una larga dictadura de 21 años, con represión, secuestros, persecuciones políticas, falta de libertades individuales y desapariciones, en mi entender con un alcance y secuela social, en comparación, menores que en otros países.
En el período en que permanecieron los uniformados se continuó con el programa económico vigente desde la presidencia de Juscelino Kubitschek, desarrollando la economía en lo relacionado a fábricas e infraestructura. Es el período llamado Milagre Econômico donde no todo fue crecimiento y prosperidad, hubo un costo social para que se convirtiese en el coloso industrial que es profundizando aún más la diferencia entre ricos y pobres. El militarismo finalizó en 1985 con la elección indirecta de Tancredo Neves y desde entonces se han sucedido elecciones, renuncias y destituciones.
Con altos y bajos Brasil se ha posicionado entre las 10 mejores economías del mundo, con alternancia de poder en Brasilia y donde las instituciones están por arriba de las personas que puedan ocupar su titularidad y la autonomía de los poderes avala al sistema democrático.
Mi enorme respeto y saludo emotivo al noble pueblo brasileño por el bicentenario de su Independencia.
Licenciado en Historia - UFPel, Rio Grande do Sul, Brasil