


HACIA PUERTO NATALES
Cuando estábamos por la mitad del cruce del Kirke salió un sol maravilloso. Este hecho marca algo peculiar: en puerto Natales hay un microclima completamente diferente al resto del sur chileno. La alta cordillera de la isla Riesco detiene en mucho los gélidos vientos del W y divide al clima del área en dos partes.
La occidental, que recibe los vientos del Pacífico Sur es muy fría, ventosa y lluviosa y la oriental, a la que entramos ahora, mucho más “benigna” dentro de lo que puede tener de “benigno” la Patagonia Austral Chilena. Es claro que los veranos de Puerto Natales y el área que la rodea no tienen nada que ver con los veranos del “otro” lado, pues las temperaturas son sensiblemente mucho más elevadas y el régimen de lluvias no es tan marcado como al W de la Isla Riesco. El Paso KIRKE se transformó, así, en una puerta mágica por la que accedimos no sólo a un paisaje maravilloso, sino a un clima agradable. Si la Adriática se hubiera llamado Alicia, sin duda el KIRKE se llamaría Espejo y todo el paisaje siguiente El País de las Maravillas.
Tuvimos unas pocas horas de plácida navegación por el Golfo Almirante Pedro Montt cuya profundidad va disminuyendo a medida que nos acercamos a Puerto Natales. Nuestros 4 metros de calado otra vez nos preocupan, pues cerca de la boca del río a veces tenemos sólo 6 de profundidad. Pero mientras lo navegábamos, en un rapto que me sorprendió, mi Capitán, quizá por haber zafado bien del KIRKE tuvo un tenue gesto de alegría para con quien lo soporta estoica y cotidianamente.



El Golfo Almirante Montt es el primer espacio cerrado y muy grande en que navegamos. Tiene montañas con cumbres nevadas siempre y praderas todo a su alrededor. El aire es muy diáfano y la visibilidad es infinita. Realmente es un entorno geográfico completamente diferente al que tenemos desde que ingresamos al Canal Chacao, cuando llegábamos a Ancud. En algunas áreas del Golfo Almirante Montt el color del agua no es el profundo azul sino algo más claro, debido a que las profundidades son algo menores que las que veníamos navegando, de hecho, es la primera vez que tenemos sólo 2 o 3 metros de agua bajo nuestra quilla y no nos tranquiliza mucho.
Hubo una cena magnífica por la noche y antes de ir a dormir suena el teléfono satelital. Luego de hablar, en nuestra cabina Fil me informa que hubo cambios de planes vinculados a las filmaciones de a bordo y en Italia se decidió que la Adriática no irá al Cabo de Hornos. Yo no lo podía creer. Fue una gran desilusión. Pasar tan cerca de ese mítico altar del mar que honra a barcos y navegantes, al que casi siempre se llega luego de años de espera, planes, fantasía. El Shangri-La de todo velerista[i]. Íbamos a pasar a un día de navegación de “el” Cabo y seguir de largo, como si no existiera. Queda claro que quienes deciden no navegan. Es una verdadera gran oportunidad perdida. Pero así son las cosas: donde mandan Sponsors o Armadores no manda Capitán y menos la tripulación. (Aunque un motín no hubiera estada nada mal. Lamento que Christian Fletcher no se haya reencarnado en mi por un par de días).[ii]
La primera mañana en Natales nos tomamos un tiempo para admirar el paisaje antes de comenzar con las tareas de siempre.



ALGO DE HISTORIA
Puerto Natales nació cerca de fines del siglo XIX aunque esa zona ya había sido explorada por don Juan Fernández de Ladrillero, a bordo de la nave «San Luis», en diciembre de 1557, quien descubrió y navegó por los canales como «última esperanza» para encontrar la boca occidental del Estrecho de Magallanes. Ladrillero fue el primer navegante que recorrió íntegras las costas occidentales de la América meridional, estudiándolas hasta en sus más intrincados senos.
Unos 3 siglos después del descubrimiento de Ladrillero se incursionaron nuevamente en la zona de Ultima Esperanza. Hacia 1830, la expedición de la fragata «Beagle», enviada por el almirantazgo británico, explora todo el sector descubierto por Ladrillero. Los nombres de algunos integrantes de esa expedición son hoy topónimos familiares en la zona: Robert Fitz Roy, William Skyring, James Kirke.
A partir de esta época, los lapsos entre viaje y viaje comienzan a acortarse. Ya se va comprobando que los suelos de la zona llamada “Ultima Esperanza” pueden ser de alguna utilidad. Si bien su clima es inhóspito y sus accidentes geográficos difíciles de superar, estaba naciendo una esperanza. Algunas incursiones argentinas, preferentemente científicas, impulsaron a las autoridades chilenas a enviar nuevas expediciones a esos territorios. En cumplimiento de estas órdenes el teniente Juan Tomás Rogers inicia en 1877 una minuciosa exploración que se inicia en el sector Skyring hasta las márgenes del río Santa Cruz.
Hacia 1892, las noticias sobre la calidad y cantidad de los territorios ubicados al norte de Punta Arenas comenzaron a interesar a personas que deseaban explotarlos. Finalizadas las expediciones de reconocimiento, un ex capitán de la marina mercante alemana, Hermann Eberhard, decide establecerse en esta zona y solicita permiso para adentrarse en el sector de Ultima Esperanza. Nace así la primera estancia: Puerto Consuelo.
Luego, poco a poco los colonos van desplazándose con sus instalaciones hacia las márgenes del río Natales, bautizado así por el propio Eberhard. Comenzaban a surgir los cimientos de la ciudad, que nació oficialmente el 31 de mayo de 1911 por decreto supremo firmado por el presidente de la República de Chile.
La mañana del 3 de marzo otra vez fuimos víctimas de la televisión y tuvimos que levantarnos temprano pues deseaban hacer unas filmaciones. Hicimos la maniobra y cambiamos de fondeo, nos acercamos al muelle. Al final, cambiaron de idea y la filmación no se hizo. (Yo me había lavado la cara para aparecer guapo. ¡Habrase visto tamaña desconsideración!)
Ya que estábamos en el muelle, aproveché y bajé a tierra para resolver cosas: combustible, repuestos, comida y lavandería. Como Natales es pequeño, de vez en cuando nos encontrábamos todos, por casualidad, en alguna esquina o negocio. En uno de esos encuentros fuimos a tomar algo caliente a una de las típicas casas de chocolates que hay por todo el sur.



Así, entramos por casualidad a un pequeño comercio totalmente de madera clara, impecable. Atendido por su propietaria Maritza, una dama chilena muy hermosa y sumamente delicada en su trato, allí se ofrecían verdaderas delikattessen locales imposibles de ser evitadas. El lugar se llamaba “Patagonia dulce”, una chocolatería al sur del mundo. Nos sentamos en la mesa de la acera.
Recuerdo que Filippo, pidió un capuchino. Luego de tomarlo cierra sus ojos y una casi imperceptible sonrisa cómplice se dibuja en su rostro. Piensa unos segundos y luego dice algo que en 7 años que lo conozco es la única vez que se lo escuché: este capuccino está hecho como en Italia. (sic) Ustedes no tienen idea de lo que eso significa. Filippo JAMÁS ha encontrado sabores como los italianos, en ninguno de las decenas de lugares que he recorrido con él. A lo largo de 30 mil millas juntos, he recibido horas de adoctrinamiento al respecto. Escucharlo admitir que en lo de Maritza un capuccino es como en Italia es algo… sobrenatural. Estamos hablando a niveles de Café Biffi en Milano o Pedrocchi en Padova. Entonces, queridos lectores, si van a Puerto Natales, no pueden dejar de ir a lo de Maritza.[iii]
Luego de esta dulce escala técnica, continúo mi camino rumbo al muelle. Embarco en el dinghy y regreso a bordo. El agua está casi plana, pero las pequeñitas olas que salpican cuando el bote las atraviesa rápidamente me golpean en la cara y en la ropa. Son agujas heladas. Ya en el barco, comencé a preparar el derrotero de la parte final y más austral de nuestro viaje.



El día está precioso. Hay tanto sol como frío y Puerto Natales está de temporada veraniega. Tiene mucho turismo joven de todo el mundo, debido a su cercanía con el famosísimo Parque Nacional “Torres del Paine”. Estábamos cansados y el Capitán dio el ejemplo con una siesta al sol, al más puro estilo “iguana”, tal como aprendió de ellas en nuestros días en las Islas Galápagos.
Al atardecer tuvimos una salida todos juntos para ir a cenar y festejar varias cosas: El correcto cruce del KIRKE, la llegada de los nuevos invitados y despedir a quienes ya eran una nueva y gran especie pelágica, cruza de científicos con marinero, algo así como “cientineros”. (Cientiphidon Adriatichies)



La mañana del 7 de marzo fue algo casi mágico. La bruma, de pocos metros de altura, cubría gran parte del agua y se deslizaba lentamente sobre ella, como explorando los pocos barcos fondeados. El cielo de un celeste purísimo y la Adriática aún no recibía directamente al sol. Dentro del barco la temperatura era muy agradable y todas las ventanas estaban empañadas opacando las imágenes del entorno. Afuera mucho frío pero seco y soportable, al menos por unos minutos. Al respirar, un vapor muy blanco salía de la boca y duraba bastante antes de desaparecer. Mirando hacia algunas direcciones, el paisaje lejano se reflejaba en el agua. La calma era total.






PARQUE LAS TORRES DEL PAINE
Repitiendo lo que anteayer habían hecho todos los tripulantes, ahora Filippo y yo decidimos hacer una salida juntos, la única en todo el viaje. Fuimos a visitar el Parque Nacional Torres del Paine en un vehículo alquilado. Ese viaje me hizo muy bien. El camino de ripio, los bosques, las montañas. Las combinaciones de blancos, grises, verdes, marrones, dorados y azules lo dejan sin aliento a uno. Acostumbrada mi vista al poco espacio interior del barco, o a la infinitud de la nada marina, de repente estas vivificantes perspectivas de valles, ríos y montañas eran una oda a la belleza natural y calaba hondo en el alma.
Durante todo el viaje se respiraba un aire purísimo y levemente perfumado por la misteriosa mezcla de diferentes aromas naturales. Este parque es muy grande no se lo puede visitar todo en un día, pero tampoco es posible perder la oportunidad de venir si hemos recorrido más de medio mundo y ya estamos acá.






Las montañas, jóvenes, tienen perfiles sumamente agresivos. No existen las típicas curvas talladas por millones de años de viento. Predominan ariscas aristas, lo vertical, lo agudo. Los bosques son infinitos, un verdadero mar verde de superficie caprichosa recorrida por ríos de rápidas aguas heladas y puras que a veces sorprenden ofreciéndonos cascadas coronadas de arcoíris. De tanto en tanto, un lago de extrañas formas aparece como una inmensa gema engarzada en la tierra. El atardecer rebota contra las montañas. Rápidamente, las nieves que encandilaban se tornan rosa, como un gigantesco helado de frutilla y la roca, gris o negra, deviene lacre.



A la madrugada siguiente, me escapé de la habitación y salí al campo. Estaba amaneciendo. Otra vez los rosas, pero diferentes en tonalidad y en orientación. Las sombras largas ahora apuntaban hacia el W. Estaba completamente extasiado ante el espectáculo, cuando me di cuenta de algo que me fascino: vi al agua fluir hacia arriba. Si, parece una trampa al sentido común, sin embargo, no sólo fluye hacia arriba, sino que la explicación es de una simpleza sorprendente.
Todos creemos que el agua corre hacia abajo, que los ríos siempre bajan. Es lo que vemos todos los días. Sin embargo, a veces la naturaleza nos expande esa percepción y las reglas que creemos inmutables repentinamente nos parecen burladas. Nada de eso.
La Naturaleza nunca traiciona sus reglas, somos nosotros que no las vimos en su totalidad, que nuestra creída “completa percepción” no era tal y en un instante descubrimos una nueva mirada que completa y ratifica la ley natural. Sólo es cuestión de mirar y ver.
A unos 5 o 6 kilómetros al frente del parque del hotel “Lago Tyndall” donde nos alojamos, se despertaban las célebres y colosales Torres del Paine, bañadas por los cambiantes colores del amanecer. En la pradera al pie de la montaña, había una serpiente hecha de nube. Eran nubes bajas, densas, que arrastraban la panza. Era una manga blanca, un tren de nubes bajas sobre la pradera. El aire las empujaba muy lentamente. Así esta serpiente blanca inmensa, se movía por la ondulada superficie de la pradera y como seguía las curvas del terreno, al llegar a una suave loma, comenzó a subir por ella. Subió y subió, hasta que comenzó a bajar por el otro lado. Esa lenta serpiente blanca es agua pura. Es un río que sube por las lomas de la pradera y baja del otro lado. Es algo maravilloso y perfectamente real: es agua que sube… el río sube por sobre las lomas de la pradera.



Otro fenómeno que sorprende es la existencia de ríos lentos, muy lentos. Y no estoy hablando de ríos de llanura, sino de montaña, ríos que corren montaña abajo, encajonados y, sin embargo, son extremadamente lentos. Me refiero a los glaciares. Son ríos de hielo que se desplazan centímetros por año, con gran pendiente y encajonados… pero.. ¡Son de agua! ¡Un glaciar no es sino agua lenta!
Otro truco que la naturaleza me tenía reservado como premio a mi osadía de estar fuera del hotel con ese frío (no había ningún otro loco a esa hora) fue poder ver el parto de nubes. Es lisa y llanamente un pase de magia. Estaba yo mirando la montaña y de repente, ante mis ojos comienza una leve opacidad gris claro. Luego, tenues filamentos blancos muy entremezclados se van haciendo más y más “visibles”. En menos de 20 segundos, una nube de regular tamaño aparece contra la montaña. Minutos después, se va esfumando y desaparece. Sencillamente así. Como por arte de magia. Sólo es cuestión de mirar y ver. Hoy aprendí que no siempre los ríos bajan, que tampoco son siempre rápidos por correr encajonados montaña abajo y que las nubes aparecen y desaparecen obedeciendo secretos designios.
La mañana se deslizaba. Sus largas espadas negras se movían y quebraban contra las montañas, que sólo es una infinita colección de relojes de sol que repite su arcaica coreografía.
Volvimos a la Adriática con muy pocas ganas. A este parque hay que regresar y quedarse unos días. Hay mucho por ver y aprender.
Cuando a la tarde llegamos a bordo hallamos todo perfectamente ordenado y los trabajos realizados. Hoy es día de intercambio de invitados. Eso significa cierta tristeza, cierta expectativa. Los equipos personales de quienes desembarcan forman una verdadera montaña. Desembarca un grupo excepcional y nos hemos llevado de maravilla. Mariella, Lisa, Rudy, Emilio… Lamenté mucho vuestra partida.
Con el grupo de “los romanos” recién embarcado emprenderemos la última etapa, la más austral del viaje. La más fría. Realmente…
…LA ETAPA DEL FIN DEL MUNDO
De Puerto Natales a Ushuaia la ruta es muy sinuosa. Hay que desandar todo hasta el Estrecho Collingwood, ya conocido por ustedes. Eso significa cruzar otra vez el Golfo P. Montt, la angostura Kirke y el Canal Morla Vicuña, en ese orden. Nos esperan los lugares más inhóspitos del planeta y las peores condiciones climáticas. Una pequeña parte del recorrido la haremos expuestos al Océano Pacifico Sur, posiblemente con mucho mar del SW. No tenemos alternativa.
Luego de embarcar a los invitados de esta etapa, zarpamos con buen tiempo de Natales. Para nuestra sorpresa y más o menos en la mitad del Golfo Almirante Montt –que ahora navegamos en sentido inverso-, recibimos por radio la orden de detenernos, emitida por la Capitanía de Puerto Natales, pues una embarcación de esa autoridad nos va a alcanzar. Estábamos a unas 14 millas del puerto, en la mitad del Golfo y absolutamente solos. Las especulaciones del porqué de este pedido fueron de todo tipo. Repetí in mente hasta el hartazgo los procedimientos de papeleo que hice tanto al arribo como al reciente zarpe sin hallar error alguno. Revisé los papeles. Todos sellados, firmados y con sus respectivas autorizaciones y demás exigencias legales.
Al rato, lejos por nuestra popa aparece un puntito que se mueve velozmente. Minutos más tarde, la lancha patrullera estaba a un metro de nuestro costado de babor. La tripulaban los mismos funcionarios navales que 3 horas antes nos habían dado la autorización de zarpada por considerar que estábamos totalmente en regla, lo que aumentaba nuestra incertidumbre: no teníamos la menor idea del motivo por el cual nos debíamos detener.
La razón fue la devolución de un dinero que nos habían cobrado por error, atribuido al pago de una “tasa de faros y balizas”, dado que ya lo habíamos pagado al entrar en aguas chilenas por Antofagasta y nos lo habían cobrado otra vez, equivocadamente. Presentadas las disculpas correspondientes por habernos detenido la marcha, se despidieron con la cordialidad con que siempre nos habían tratado. Mientras seguíamos nuestro camino rumbo a Angostura Kirke, le comenté a Filippo: entre ida y vuelta navegaron unas 28 millas. Gastaron muchísimo más en combustible que el dinero que nos devolvieron. Así se hacen las cosas. El dinero era lo de menos.
Despedida del Paso Kirke
Continuamos rumbo al ya conocido Paso Kirke, para cruzarlo en sentido inverso. Llegaríamos a tiempo, porque habrá luz, pero no en buen momento para cruzarlo. La opción era esperar hasta el día siguiente, que sería la próxima oportunidad de atravesarlo con la marea correcta y con luz. Haciendo las estimaciones con las tablas, sabíamos que nos encontraríamos con corrientes, pero no de las más fuertes en función del desfasaje horario que teníamos. No podíamos perder un día pues a Ushuaia debíamos estar en la fecha prevista y no pudimos zarpar antes porque debíamos esperar a los nuevos invitados.
Al llegar a la boca oriental del paso, nada parecía anunciar peligro alguno. La superficie del agua que se veía estaba plana, “sin escalones” de ningún tipo. Había un barco antes que nosotros para cruzarlo, por los que nos mantuvimos apartados. Como era un barco local, de trabajo, una chata con grúa, de unos pocos metros más de eslora que nosotros, si él cruzaba, nosotros lo seguiríamos. Al rato vemos que se acerca a la entrada, pero no sigue. Espera y luego da atrás y se retira hacia el norte, pegado a la costa. Lo llamo y le pregunto por qué desistió. Nos contesta diciendo que aún hay que esperar una hora y prefiere cruzar de noche por otro paso que está algunas millas más al Norte, el Paso White, que se transforma en el Canal Santa María y llega al Morla Vicuña, donde finaliza el Kirke. O sea, al mismo lugar donde vamos, pero varias horas más tarde y de noche.
No somos baqueanos de la zona por lo que preferimos esperar para cruzar con luz y luego haremos noche en alguna de las dos caletas que ya tengo como Plan B. Llegado el momento, luego de cumplir con el requisito del aviso por radio y nadie responder, nos lanzamos a la complicada angostura Kirke. Son unas pocas decenas de metros y luego de atravesada la angostura, ya en el Canal Kirke la situación se torna, no sencilla, pero sí más segura. Comenzamos a navegar por él.
Cruzamos ambas balizas de entrada. Sin novedad los primeros metros, pero al minuto de repente todo cambió. La proa de la Adriática iba para cualquier lado sin hacerle caso a las marcas de tierra. Por un instante pensé que Filippo estaba haciendo esa maniobra por alguna razón, pero cuando me di la vuelta y vi su cara me di cuenta de que la razón no era su voluntad sino la del agua. Estábamos en la periferia de un inmenso remolino que nos llevaba para donde quería. Comenzó a arrastrarnos hacia las rocas de estribor exactamente hacia los redondeados bordes de un pequeño islote. Filippo aceleró el motor y rogué que éste respondiera.
Lentamente, la proa comenzó a apuntar hacia el lugar correspondiente, pero igual nos acercábamos a la roca plana de la isla. Unos 15 metros nos separaban del desastre. Para poder pasar esta zona de peligro sólo nos quedaban unos 20 metros hacia proa, pero avanzábamos más hacia estribor que para adelante. El motor casi a toda máquina. El barco guiñaba para cualquier lado y de la isla ahora nos separaban sólo unos 10 metros. Las miradas con Filippo eran en absoluto silencio y nuestras caras estaban inmutables.
Estábamos totalmente fuera de la trayectoria marcada en las cartas y nuestra proa oscilaba loca hacia uno y otro lado. Todo el barco describía una trayectoria ridícula, como si estuviera borracho, porque Fil le ordenaba una cosa y el agua otra. Pequeñas rocas que apenas afloraban pasaban rápidamente cerca de nosotros de proa popa, describiendo un amplio arco mortal. Otra acelerada al motor y la distancia que nos separaba del naufragio comenzó a aumentar, 10…12…15…18 metros. Cada segundo nos alejábamos un metro más. Pocos metros a proa las aguas calmas nos esperaban absolutamente indiferentes.
Cuando al fin comenzamos a salir del torbellino y se estabilizó el rumbo del barco bajo control humano, nos miramos con Fil. Creo que ambos teníamos cara de piedra. A popa, el inmenso remolino irregular que giraba entre todos los islotes ya no me parecía hermoso ni algo curioso, sino mortal. “Interesante, ¿no?”, le comenté a Fil por lo bajo. Aún no me respondió.
Todavía estábamos en su “agua de influencia”, pero el remolino ya casi sin fuerzas no podía contrarrestar al motor del barco y la Dama Roja retomaba el control de su destino.
Aparece Damiano en escena. Medio cuerpo asoma por la entrada al salón. Tiene un trapo sucio en la mano: “El motor pierde aceite por todos lados”, nos informa. No podía haber peor noticia en ese momento que tener problemas en la máquina. En el máximo de esfuerzo en las maniobras dentro del remolino, las rpm nunca superaron las 2400 y esto no es nada del otro mundo pero fueron suficientes para que sucedan problemas en este motor, que ya nos tenía hartos.
Recién estamos entrando en aguas calmas y recuperando la posición exacta para navegar a rumbo siguiendo las señales de tierra. Ante la pérdida de presión de aceite, Fil baja las revoluciones. Eso lentifica la marcha, nos quita gobierno del barco y aún no estamos navegando sin corrientes, pero no podemos arriesgar más el motor pues aún el camino es largo hasta Ushuaia. Debemos pasar la isla pequeña que obstruye el canal en su mitad, Isla Quemada, que se halla a mitad de recorrido. Por suerte, las profundidades han aumentado al alejarnos de las rocas y tenemos algunos metros de margen hacia una y otra banda. Le confirmo a Fil que ya estamos en la trayectoria marcada en las cartas.
Los científicos e invitados que recién embarcaron, aunque estaban en cubierta mirando todo, no se percataban del peligro. Gozaban del paisaje. Dichosos ellos.
Lentamente, alcanzamos la isla y la pasamos. Con este estado del motor no podemos seguir navegando. Decidimos hacer noche en una pequeña caleta que se halla muy cerca, dentro del Canal Kirke: caleta Cascada. Damiano se dedica a tratar de reparar las pérdidas de aceite y de reponer lubricante. Más no puede hacer. Nadie sabe cuánto aguantaremos. Ushuaia está muy lejos todavía y es el único centro en donde podríamos hacer alguna reparación. Cenamos y me fui a dormir rápido. Mañana zarparemos de madrugada. Debo estar bien descansado. La caleta es pequeña, pero muy reparada. El barco ni se mueve y de noche está prohibido navegar por este canal, por lo que dormiremos bien, sin ruidos.



El amanecer siguiente fue un verdadero incendio. Jamás vi nada igual navegando en toda mi vida. Con ese fuego por popa, continuamos nuestra marcha, casi forzada, comentando en voz muy baja los peligrosos momentos de ayer. Le traje un café a Filippo. Ambos mirábamos el cielo y poco a poco fue clareando, naciendo los colores.
Al finalizar el cruce del Kirke, sanos y salvos, la naturaleza se despidió de nosotros con una sonrisa, el espectáculo de la Cordillera Riesco al amanecer. Destacan 4 torres que parecen clones de las famosas del Paine, pero se las conoce como “las falsas torres”.



Por nuestro estribor -y aún con las luces de navegación encendidas-, por el canal Santa María llegaba el mismo barco que ayer se retiró del Kirke. Había navegado toda la noche. Nos llama por radio…
“¿Pudieron cruzar no más Capitán?”
“Sí, sí, cruzamos sin novedad” miento descaradamente. “Luego nos quedamos a dormir en Caleta Cascada y zarpamos hace media hora. Gracias. Buena Guardia…” me despido. No quería hablar por radio porque mi voz es algo fuerte y la gente dormía…
“Buena guardia”, nos responde, “Quedo atento por éste”
Notas al pie:
[i] Shangri-La: un lugar ficticio en el Tíbet que aparece en la novela Horizontes perdidos (1933) de James Hilton.
[ii] Christian Fletcher: Contramaestre del H.M.S. BOUNTY y cabecilla del célebre motín, del que se hicieron cinco películas. La tercera de ellas, la “clásica”, tuvo al inmenso Charles Laughton en el papel del despiadado Capt. Bligh y a Clark Gable como Chirstian Fletcher.
[iii] La vida da revancha. Años después, también con la ADRIATICA, regresamos a Natales. Obviamente fuimos a tomar ese capuccino como en Italia. Pero Maritza ya no era la propietaria. Se había ido a establecer a Puerto Montt. Sin embargo, el capuccino sigue siendo recomendable!
Escritor y navegante