

Luego del venturoso segundo cruce de la Angostura Kirke y la noche bien dormida en Caleta Catarata del mismo canal, atravesar el Paso Moira Vicuña no presentó ninguna dificultad y el Seno Unión tampoco. Sin embargo, hubo algo que retomó su verdadera identidad: el cambio de la meteorología. Regresamos al clima austral, frío, húmedo, lluvioso, con aguanieve muchas veces y unos vientos que, por conocidos, no eran cómodos ni mucho menos.



Dejamos a la isla Jaime por babor y navegando ahora hacia el N, otra vez nos internamos en el Estrecho Collingwood[i] para navegarlo en sentido inverso hasta el Paso Victoria, en donde viramos a la izquierda. Navegar este corto paso nos permite acceder al Canal Smyth en donde viramos otra vez hacia babor y, ahora sí con claro rumbo S, retomamos la antigua ruta que teníamos y podemos continuar hacia el Estrecho de Magallanes. Siempre alejándonos de Italia… Alejándonos para volver.
Las horas pasan y debemos elegir caleta para pernoctar. Como previamente tenemos estudiado el tema, siempre hay un “Plan B”. Le comenté a Fil que yo había usado dos veces la Caleta Ithsmus, en el canal Smyth, y hacia allá fuimos. (Lo que no le comenté fue que en el acceso a esa caleta tuvimos una tempestad de nieve de 76 nudos de viento).



Al fin de esta caleta hay un sendero de unos 300 metros por el cual los indios alakalufes arrastraban sus canoas y evitaban remar unas 42 millas para ir del final del Canal Collingwood al Smyth. Algo conceptualmente idéntico al estrecho de Corinto en Grecia, solo que este último fue construido y el de los canoeros es natural. Apenas fondeados, los invitados fueron en dinghy a conocer ese camino. Se levantó mucho viento y como nuestro calado no nos permitía fondear en la zona protegida donde yo lo había hecho años antes, tuvimos que abandonar ese lugar. Filippo fue a tierra a buscar a todos antes de que el viento fuera muy fuerte y no pudieran regresar con el bote. Una vez a bordo, levantamos el ancla y abandonamos esa caleta para ir a la de enfrente, sobre el mismo canal Smyth.



Eran sólo unos 15 minutos de navegación, pero casi nos sorprendió la noche sin poder entrar. Era un verdadero laberinto de islotes y rocas. Y abandonamos la idea de correr innecesarios riesgos para fondear en Caleta Wellcome. Ya era de noche. Nuestro Plan “C” era la Caleta Fortuna, una hora de navegación hacia el S.
La entrada a esta caleta fue absolutamente en la más espesa negrura imaginable. Todo por Radar y ecosonda. Para nuestra sorpresa, había una roca justo en la entrada, pero gracias al “derrotero digital” y al radar la podíamos identificar bien. Como las distancias de aproximación y maniobras eran muy cortas, a veces pocas decenas de metros, la comunicación entre Filippo y yo era constante. Como siempre, él al timón y yo al radar.
Otra sorpresa nos esperaba en el fondo de la Caleta Fortuna, un velero fondeado. Mañana veremos quién es, porque mucho más importante es festejar la excelente maniobra y la cena con Cuz Cuz no se hizo esperar. Estábamos bien fondeados y protegidos. La noche prometía dejarnos descansar tranquilos.
La mañana siguiente comenzó con una alegría: ¡Feliz Cumpleaños ADRIÁTICA! Hoy, 11 de marzo de 2007, se cumple un año desde que zarpamos de Rosignano. También hubo cambio de hora oficial en Chile, por lo que tenemos una hora más. Poco a poco, los invitados van apareciendo de sus cuevas y sentando a la mesa del desayuno. Adriática se va abriendo como una flor tempranera. El velero vecino ya no está. ¿Quiénes eran? ¿Hacia dónde iban? Siguieron su destino en silencio. Otro misterio del mar.
Hoy zarparemos tarde de esta caleta pues sólo haremos unas 33 millas de navegación para poder seguir entrando a las abrigadas caletas al atardecer, que se hallan cerca.



Navegamos sin apuro ganando latitud. Cruzamos con mucha atención el Paso Shoal, que aún muestra su víctima y continuamos hacia nuestra última escala antes de entrar al Estrecho de Magallanes: Puerto Profundo, una hermosa caleta que utilicé un par de veces, por eso se la sugerí a Filippo. Tiene la peculiaridad de dividirse en dos en su interior y como éste es un perímetro muy quebrado ofrece varias opciones de abrigo a las embarcaciones. El día lluvioso fue una constante, aunque minutos antes de entrar en la caleta, salió un tímido sol que fue bien recibido.
Otra sorpresa que nos esperaba en este puerto fue que la boya de la Armada no estaba. Entonces decidimos meternos de popa en una muy pequeña caleta, de hecho, apenas cabíamos. La bauticé como “Caletita Araña”, porque no tenía nombre y la Adriática parecía una gran araña roja con sus dos anclas por proa y 5 amarras a diferentes puntos de las rocas y árboles que nos circundaban y protegían. Esta “caletita Araña” debe ser uno de los fondeaderos más protegidos que existen aunque esté algo abierto hacia el E, pues aunque entre viento (sería rarísimo de ese sector), no hay lugar para que se forme ola. A popa teníamos una playita de piedras pero de gran pendiente, o sea que con el gran calado del barco no teníamos problema alguno y además estábamos a unos 20 metros, de esa costa. Literalmente, este lugar parecía construido para la Dama Roja. Independientemente de la meteorología, sus aguas deberían estar siempre quietas o con olas diminutas. Igual, por seguridad nos amarramos de forma sobredimensionada. Veíamos el Canal Smyth por entre las rocas que afloran en la entrada de Puerto Profundo.



Apenas finalizó la ardua labor de amarrarnos, comenzó la lluvia, lo que nos obligó a vivir dentro del barco. Nuevamente, cada uno a sus tareas u ocios hasta la cena. La mía, adelantarme a la ruta y continuar “editando” el derrotero digital.
En la Caleta Araña la noche no promete nada bueno y los partes meteorológicos tampoco. Hasta el Vasco, infaltable en la radio de a bordo día a día, nos promete mal tiempo por la noche. Luego de cenar decidí quedarme a dormir en la cama de guardia. En caso de problemas no quiero tardar un minuto en estar listo afuera.
Dormir era sólo una manifestación de deseo, pues con el viento que había y el sonido que éste producía, yo no despegaba los ojos del instrumental. La dirección era del W y la velocidad oscilaba desde los 18 a los 37 nudos. Y eso que estamos “dentro” de un hueco en la roca. No quiero pensar lo que sería en mar abierto. Al viento lo recibíamos por popa y no nos movía lo más mínimo.
No cerré un ojo pues el sueño desapareció como por encanto. Dentro del saco de dormir, escuchaba plácidamente por la radio todas las comunicaciones con el Faro Félix que hacían los grandes barcos de transporte que navegaban el Estrecho de Magallanes en uno u otro sentido. El Faro Félix es una especie de control de todo el tráfico marino del área occidental del Estrecho debido a su estratégica posición.
Estos barcos eran de todo el mundo y su tamaño suele ser tan grande que no pueden pasar por el Canal de Panamá, por lo que están obligados a dar toda una inmensa vuelta para ir del Atlántico al Pacífico y viceversa y entonces cruzan el estrecho de Magallanes. Otra opción geográfica sería ir por Cabo de Hornos, pero carece de sentido por razones de costos y seguridad.
De repente, como a la 1 de la mañana, escucho que un velero llama al Faro Félix. Venía navegando de SE a NW con viento de proa de 45 nudos, tal como declaraba quien operaba la radio. Según la velocidad que llevaba, faltaban unas 5 o 6 horas en pasar por donde estábamos nosotros. La verdad, no me gustaría nada estar a bordo en esas condiciones, aunque venga a motor. La voz del skipper, en perfecto español, era muy tranquila y denotaba que estaba absolutamente cómodo y todo normal a bordo. Cuando escuché el nombre del barco no lo podía creer: Dharma.
En esta oscura, fría y ventosa noche lluviosa, el velero Dharma estaba navegando a motor hacia nosotros, dado que ya había avisado a Félix que subiría por el Canal Smyth. Es el mismo velero con el que nos encontramos seis meses antes en el Caribe, en las islas Vírgenes Inglesas, un día antes de desembarcarnos luego de finalizar la primera parte de la Rotta Rossa. Durante el transcurso de la noche se comunicó varias veces con Faro Félix y con un inmenso buque tanque de 275 metros de eslora, para coordinar “rojo con rojo”.
Cuando el Dharma estuvo frente al Faro Félix, lo llamó, pero el Faro no contestó. Entonces intervine llamando al Faro para hacer de “puente” y el Dharma me llamó para agradecer y hacerme algunas preguntas sobre el camino que aún tenía por delante. Cuando le contesté todo lo requerido le pregunté si era el Dharma dorado, de unos 30 metros de eslora que había estado en el Caribe en mayo pasado. Cuando le dije quienes éramos, nos recordó perfectamente como el “barco rojo de los italianos de la televisión” y se sorprendió muy gratamente. Ninguno de los dos podía creer esta casualidad. El mundo es muy chico a veces.
Apenas comenzaba a amanecer, muy gris y lluvioso, cuando con los prismáticos pude ver un poquito de la luz de babor del Dharma, cruzando frente a la entrada de Puerto Profundo. Eran las 7 de la mañana y había finalizado una de las mejores noches de todo el viaje. Lo llamé para despedirnos. Nunca más supe de él. La más inmensa y fría de las soledades se rompe con sólo una charla por radio, que deja su estela de encanto.
Acompañado de un buen café me dediqué a hurgar entre todos los detalles de la próxima navegación. Para poder llegar a Ushuaia, debíamos pasar del Estrecho de Magallanes al Canal del “Beagle”, en cuya orilla norte se halla dicha ciudad. Todo el trayecto es complicado, con zonas que son un verdadero laberinto. “Pasar del Magallanes al Beagle” se dice fácil, pero es una ruta realmente abstrusa mechada de islas, islotes, rocas que velan o no, que obligan a una atenta gambeta continua. Hube de utilizar pínula varias veces, amén de lo que haya afirmado la electrónica, para rectificar o ratificar la posición del barco y decidir por dónde pasar. Más de una vez no hemos coincidido y hemos elegido pasar dejando por babor y no por estribor algún escollo. También hubo diferencias con las cartas. Recuerdo dos islotes que no figuraban en la electrónica y -en un viaje anterior- una isla de regular tamaño en medio de uno de los canales principales, que no figuraba en la carta de papel. ¿Quizás en otra de mucho menor escala sí estaba consignada? Podría ser. In dubio pro reo. Es la vivencia de todo esto lo que, para mí, hace más atrayente la navegación por el Chile austral. Y cuanto más austral, mejor. Una segunda conjetura: La satisfacción profesional del navegador aumenta con la latitud.
En una parte de este trayecto, luego del Paso Tortuoso del estrecho, hay 3 opciones para seguir en persecución del Canal del Beagle: La clásica por el Canal Magdalena, que comienza al S del Cabo Froward; otra algo más corta por el Canal Bárbara, y una tercera por unos pasos muy angostos que comienzan en el Canal Pedro y nos llevan al estrechísimo y poco profundo paso Shag, con sólo 5 metros de profundidad en bajamar y corrientes de marea de 8/10 nudos según el momento del día. Estoy muy ilusionado por ésta última, pero la escasa razón que me queda me lo impide. ¿Para qué tomar riesgos innecesarios?
Inmerso en recuerdos, datos y esquemas olvidé mi café y ya tiene temperatura austral. Muy poco sol salió durante la mañana. Zarpamos muy tranquilos. A sólo tres millas de la bocana de Puerto Profundo nos encontraremos a mi viejo amigo el Faro Fairway, muy conocido por los veleristas porque es el último -o el primero, según uno “suba o baje”- del Canal Smyth. Sin embargo, antes de llegar al estrecho debemos pasar otra zona delicada: el Paso Tamar, que es la confluencia del final de dicho canal con el Estrecho de Magallanes, otro hito de nuestra larga ruta y un lugar mítico para todos los marinos del mundo desde que don Fernando lo descubriera en el siglo XVI. En la ribera norte del Estrecho de Magallanes finaliza -o comienza, según se mire- todo el continente americano, desde o hasta Alaska. Al S del mismo se halla la Isla Grande de Tierra del Fuego y un sinnúmero de islas menores y archipiélagos.
Este Paso Tamar generalmente tiene mucha ola debido a que los vientos del W entran directamente del Pacífico, sin ninguna montaña que los pare, pues justamente ésa es la entrada occidental del estrecho. En general, el Paso Tamar no es nada agradable y es muy común que con vientos de 35 nudos – ¿qué menos en estos lares? – se levanten olas de unos 8 metros debido a que se junta mucha agua en poca profundidad. Para un velero, es casi mortal.
Zarpamos de Puerto Profundo y seguimos al S finalizando las últimas millas del Canal Smyth. Menos de una hora después pasamos el Faro Fairway por nuestro estribor y me quedo con las ganas de bajar para hacerle una entrevista al Guardafaro. Se avecina el temible Paso Tamar y no hay escapatoria.
Faro Fairway se va alejando. Una pena no desembarcar y entrevistar al torrero y su familia. Sin duda haber cumplido con todo y con todos en un proyecto tan largo y complejo como éste es realmente un logro, pero vamos… admitamos que esto de navegar con escasísimos márgenes de fechas nos está haciendo perder mucha información y experiencias. Bajo adentro y me siento a la Mesa de Cartas para seguir evaluando opciones de refugios dado que el Estrecho no tiene nada de estrecho para nosotros y los vientos corren con más libertad de la que hubo en Woodstock…
Hago contacto con Faro Bahía Félix, sito en la vereda de enfrente del estrecho, para avisar nuestro ingreso y navegación por Magallanes, dar nuestros datos habituales, intención de maniobra, etc. Todo en orden. Me informan de una restricción: no podremos navegar a menos de 6 nudos. Comprendido. Así, la Dama Roja ingresa a la lista de naves de la gestión del tráfico del canal y se nos informa de los nombres de los barcos mercantes más próximos que nos pasarán y también los que hallaremos de vuelta encontrada. Cada tanto, escucho por radio que se informa a otros barcos en tránsito nuestro ingreso al estrecho, posición, velocidad y sentido de navegación. De repente, al escuchar la palabra Adriática entre los nombres de la pesada del rock & roll siento que su eslora se decuplicó, como mi orgullo de estar a su bordo. Aunque sea sólo un poco, ¡pero jugamos en las G.L.E.! [ii] Luego de la transmisión, continúo con la revisión y programación de la derrota hasta Ushuaia, pero sin embargo…
… hay algo que no “me” cierra: la luz y la escora. Verificando la hora, ya deberíamos estar dentro del primer tercio del Paso Tamar, pero el andar de la Dama Roja es alegre y suave, absolutamente diferente a lo esperado. Salgo al cockpit a ver qué sucede y la sorpresa es mayúscula…
Milagro neptúnico. Los dioses regresaron a bordo: no sólo hay un sol que arrasó con todo lo gris, sino el viento de la noche bajó su intensidad y al llegar a la zona peligrosa del paso, impulsa nuestras velas una suave brisa, una caricia de Eolo. El olaje también bajó muchísimo y si bien hay algo remanente que a un velero de menor tamaño podría serle incomodo, nuestros 22 metros de fierro con sus 50 toneladas hacen de acompasado amortiguador y resulta en un andar muy muy placentero con pequeñas oscilaciones de escora. Una excepción que me recuerda a la del Golfo de Penas. Pienso en la suerte de quienes embarcaron en Natales y navegan por primera vez.



Lentamente vamos virando a babor siguiendo una muy amplia curva, escapulando todo un archipiélago para dar paso a dos inmensos barcos y nos recostamos sobre la margen sur del Estrecho, navegando muy bien y con un nuevo sol que decidió acompañarnos. Todos estamos eufóricos, pero yo más que ninguno pues es la primera vez que puedo navegar estas aguas en las excelentes y atípicas condiciones reinantes.
En la zona que estamos hay 3 faros clave: Fairway, Bahía Félix y el famoso Evangelistas, construido en las rocas del mismo nombre, bien entrado en el Océano Pacifico. Un lugar terrorífico. Todos estos faros están en un área circular de no más de 60 millas de diámetro y sin embargo los 3 tienen condiciones climáticas diferentes casi siempre. Así es el extremo sur chileno. De hecho, de ahora en más, los informes meteorológicos se darán para cada canal en particular.
Sea como fuere, somos muy afortunados pues el sol y la temperatura permiten que abramos todas nuestras ventanas y dejamos que el aire puro entre hasta las partes más ocultas del barco, renovando así la viciada atmósfera interior. Nuevamente, Las coloridas ropas de todos están flameando libres al aire y al sol. Hacía muchísimo tiempo que esto no sucedía, creo que, desde Higuerillas, un siglo atrás.
Continuamos sin novedad por el ancho estrecho (un verdadero oxímoron austral) y aprovechando el buen tiempo, Filippo sube al palo para hacer una revisión. A su regreso, me informa de algo realmente preocupante: tenemos un par de cordones[iii] rotos del obenque bajo de popa estribor y una de las landas de acero inoxidable que lo unen al palo (una plancha de 10 mm. de espesor) está prácticamente cortada. Lo único que podemos hacer es reforzar ese obenque con cabos de extrema resistencia tomados en cubierta y fijarlos al palo directamente, pasándolos alrededor del palo y por encima de la cruceta baja de babor, no a la landa cortada, obviamente. Por lo demás, hasta no llegar a Ushuaia no podremos repararlo: hay que soldar inox. Nos ayuda el hecho de que debido a la dirección general de los vientos y la nuestra, la mayoría del tiempo el viento hará fuerza del otro lado, evitando exigir a estas partes débiles. En chimolandia tenemos un buen stock de cabos de spektra y pudimos realizar la tarea a nuestra satisfacción. Pasamos toda la tarde al sol trabajando… Un placer.
Para aumentar más el goce de la navegación por el estrecho, sobre babor aparecieron unas ballenas que acapararon toda la atención de los biólogos. Como ya imaginarán, toooodos sacaron su aparataje de toma de imágenes. Se entiende, pues en sus respectivas ciudades la aparición de ballenas en las fuentes de las plazas últimamente no es muy frecuente y en los laboratorios es un fenómeno aún más raro, según indican las estadísticas, pero… pregunto yo… A partir de cuántas fotos por segundo a la misma ballena ¿se considera “síndrome de cholulismo pelágico”?



También, todo un alarde de la creativa ingeniería de a bordo, se construyó un complicado artefacto “caza krill”, fijando un colador de pastas al extremo de un bichero (¡nunca mejor utilizado el término!). Manipulado expertamente se pudieron pesc…ejem.. obtener 3 ejemplares del diminuto bich… espécimen, que fueron tratados como a joyas rescatadas de las entrañas del TITANIC. La verdad es que el humor que reinó a bordo, fue una enzima catalizadora de los mejores y más divertidos perfiles de cada uno, algo esencial en todo grupo conviviendo en muy pocos metros cúbicos, tanto más cuando éramos casi todos extraños y muchos carecían de experiencia en estas lides, siendo ésta su primera oportunidad de embarcarse.
El día continuó sumamente placentero. Sistemáticamente nos comunicábamos con cada mastodonte que nos cruzaba y teníamos especial cuidado en no entorpecer sus derrotas. Todo perfecto. Cruzamos el Paso Tortuoso sin problemas y luego intentamos infructuosamente cruzar el arcoíris que apareció de repente. Al atardecer fondeamos en la Caleta de Bahía Mussel, en la Isla Carlos III.



A la mañana siguiente continuamos la navegación por el estrecho, siempre rumbo al SE y también con muy buen tiempo. Se aproximaba el momento de decisión: ¿seguíamos la ruta normal o tomábamos la del Canal Pedro?, cuyo canto de sirena nos ofrecía cruzar el peligroso Paso Shag. La tentación de ahorrarnos un día era grande, tanto como los riesgos. El día es bueno, el viento suave y la temperatura no mata a nadie. Aparentemente es una buena circunstancia para intentar el enigmático paso. Estábamos frente a la boca de acceso al Canal Pedro. Es ahora o nunca. Una sensación de Hamlet a bordo flotaba en el cockpit entre Filippo y yo.
Fil al timón, era su guardia, yo al lado. Ambos no nos hablábamos porque no hacía falta. Los dos teníamos las mismas dudas y certezas. Aparece Ferdy con sendas tazas de té caliente. Luego del primer sorbo, comienzo una pequeña charla con Fil, sugiriéndole que no tomáramos el Canal Pedro. Más allá de nuestra propia confianza como marinos, la Adriática no es un barco para pasar por ese lugar y menos si para nosotros es la primera vez. De repente, la cara de Fil cambió por completo. Se afloja y sonríe. Me confiesa que está totalmente de acuerdo y que él también tenía dudas profundas y en realidad lo hacía por darme el gusto, porque me veía seguro y entusiasmado con la idea de esa exploración, pero que estaba de acuerdo conmigo en que era tomar riesgo innecesario.
En ese momento -y hubo muchos durante años- ambos comprendimos porque navegamos juntos hace tantas millas, casi sin hablarnos. Ya habría otra oportunidad para regresar al Paso Shag. Este momento no lo era. El fondo del mar está sembrado de barcos más grandes y tripulaciones más experimentadas que nosotros. No pienso darle al azar más números de los que ya naturalmente tiene para conducirnos a ese fin. Mis ganas del Paso Shag no valen la preocupación de un amigo y menos con las posibles -y terribles- consecuencias de una maniobra no posible de ser realizada por tener un motor que en cualquier momento se planta.
Debo recordar nuestro segundo cruce de Angostura Kirke como un afortunado aviso y sacar experiencia de él. Jugar a los exploradores en este entorno hostil con un motor que nos merece la misma confianza que un alacrán es una insensatez, aunque hubiera salido bien. Me reconforta haber recordado este episodio tantas veces en estos años y siempre haber sentido satisfacción por la decisión tomada y compartida. A mis alumnos de náutica muchas veces les he dicho que la aventura puede ser todo lo loca que se desee, pero el aventurero no. Haber sido mi propio alumno no fue una mala decisión.
Decidimos entrar al Canal Magdalena, la ruta normal de todo el mundo y perfectamente señalizado. Su bocana nos espera a proa como una “Vía Apia” que nos conducirá a la Roma más austral del mundo: Ushuaia. Meteorología mediante, si todo sale como lo planeado, en un par de días deberíamos estar en Puerto Navarino, último puerto chileno antes de ingresar a la Argentina.
Nos acercamos al fin de nuestro viaje por Magallanes. A proa, muy cerca se halla el Cabo Froward, límite Sur de la Península Brunswick, que pertenece a la margen norte del estrecho y es el punto más austral de toda América continental.
“El corsario inglés Thomas Cavendish bautizó este cabo con el nombre de FROWARD (perverso) en 1587, en obvia referencia a las condiciones climáticas habituales. Posteriormente, se lo llamó Morro de Santa Águeda, pero luego retomó su nombre definitivo.
Como un mascarón de toda la América continental, en la cumbre de este cabo se halla una cruz de estructura metálica que domina todo el paisaje: La Cruz de los Mares. Blanca, inmensa y solitaria. Aquí finaliza el continente americano y quizás también los dominios de las bendiciones de los dioses, pues hacia el desolado sur sólo se atreve un sarpullido de islas que desafían tempestuosas soledades y van raleando hasta finalizar en el Cabo de Hornos, la cornisa del mundo. Quienes demanden más sur, saben perfectamente que junto a la Cruz de los Mares dejarán atrás los límites de la jurisprudencia divina.
Sólo hallarán sur y después… Sur. Ni luz ni almacén. [iv]
Notas al pie
[i] Llamado así en honor al Almirante Cuthbert Collingwood, gran amigo y segundo de Nelson en la batalla de Trafalgar .
[ii] Grandes Ligas del Estrecho.
[iii] Cordón: cada uno de los “hilos” que, enroscados (colchados) entre sí, forman un cabo o cable de mayor diámetro. En nuestro obenque bajo, cada uno de ellos está formado por 19 cordones, que son alambres de acero inoxidable. En el caso de “sogas” de origen vegetal o sintético, éstas también están formadas por los cordones, que a su vez son constituidos por los hilos y éstos por las fibras. El conjunto de todo ese menjunje se llama “filástica”.
[iv] Fragmento del Cap. 15 de “En la estela del L.E.G. II”, también publicada en Confluencia Portuaria.
Escritor y navegante