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¡Darwin a Proa!
Capítulo XXIV del viaje del velero Adriática, recreando tramos del periplo realizado por el célebre naturista inglés Charles Darwin a bordo del HMS Beagle. Nuestros exploradores ya han llegado a Ushuaia en el fin del mundo, y ya no navegarán más con rumbo sur. De la pluma de Ricardo Cufré, segundo al mando en el velero italiano, nos acercamos al final de una experiencia sin igual. ¡Vamos que zarpamos!

Fecha de publicación: 11/08/2021

Ricardo Cufré, segundo de a bordo (der) y Filippo Mennuni, capitán del Adriática | Foto: RC

Aguas Argentinas

La perspectiva del Canal Beagle era imponente. Con Ferdy, el otro argentino a bordo, amigo de décadas, izamos nuestra bandera en la Adriática. El Faro Les Eclaireurs aún seguía cercano sobre nuestro babor. A proa, el descanso, los repuestos, cambio de gente, las reparaciones, el papeleo… Seguimos a motor por el Canal Beagle, pero navegando “hacia atrás”, hacia el W. Una hora y media después, fondeamos en la bellísima Bahía de Ushuaia.

Navarino (Chile) a Ushuaia (Argentina) | Foto: RC

La Adriática ya está en Argentina y el sur de Chile en mi corazón.

Ushuaia

La ciudad de Ushuaia nos recibe con esa amplia bahía cercada de montañas tan bellas como inútiles a la hora de defendernos del viento. Por eso fondeamos con dos anclas. Llegamos con un día hermoso y el barómetro bajo, 975 hPa. Estábamos en aguas del club AFASyN, institución célebre en el mundo de los navegantes dendeveras del mundo. Se hicieron las maniobras de desembarque de gente y al rato a bordo sólo quedaba la tripulación, pero aumentada en dos personas pues llegaron Andrea y Riccardo, junto a un amigo que ya había navegado con nosotros, Gianlucca. Aproximadamente una hora después de nuestro arribo, me percaté que la presión continuaba descendiendo rápidamente.

Barómetro
Afasyn

Luego fui a dormir pues estaba exhausto. El barómetro se había derrumbado llegando a 968,4 hpa. Ignoro cuánto tiempo después, pero entre sueños escuché el ruido del motor. Me desperté pues es atípico el motor funcionando otra vez.  Sabiendo que a bordo estaba Filippo con cinco marineros, no le di importancia e intenté continuar durmiendo. Súbitamente, siento una fuerte frenada, un tirón de la cadena del ancla, seguida de una escorada corta y brusca. Salté de la cama, me puse el traje de agua y salí a cubierta.

Todo era blanco. El viento, horizontal, soplaba con furia, el anemómetro gritaba 56 nudos sin I.V.A. ¿Quién da mássss? 56 nudos a la una… 56 nudos a las dooos… 56 nudos a las tr… ¡¡sííi!!   El señor…60 nudos por ¡allaaaaá! Veo un 65 Nudos por allá la Dama de Rojo ¿no? Muy bien … 60 a la una, 60 a las dos y… (¡¡Paf!!) Bajé el martillo en 60 Nudos al señor de la larga barba blanca… Señorrr…eehhh… ¿Eolo me dijo caballero? Sí. Adjudicado al sr. Eolo todo el viento de Ushuaia al ancla en ¡60 Nudos!

El agua era plana y de color jade, con espuma que volaba y se expandía enloquecida, a 5 cm sobre la superficie y en forma de abanicos, como los empedrados de las calles de aquella tanguera Buenos Aires. El aullido del viento contra nuestra jarcia y las de los otros veleros más el traqueteo de la lluvia sobre el toldo y la chubasquera eran ensordecedores y uno no escuchaba al que tenía a su lado aunque gritara. En medio de todo este temporal, nos la ingeniamos para dar una tercera ancla. Con la cadena y los cabos de 3 anclas sobre la cubierta del triángulo de proa, ésta parecía un gigantesco plato de spaghetti. Entre las 3 sumaban 175  kilos.

A la media hora, sobrevino una calma y salió el sol. Escribí “una” y no “la” calma porque es típico de Ushuaia el policlima cotidiano. En el mismo día se pueden tener todas las variaciones meteorológicas, varias veces cada una. En las 4 horas siguientes, el barómetro trepó de 968,2 a 978,5. Nadie lo cree si no lo padece.

Cuando se estableció un poco de buen tiempo, aprovechamos para ir a tierra, recorrer la ciudad y buscar información, además de hacer averiguaciones sobre los lugares de compra de víveres y técnicos de diferentes áreas para realizar ciertas reparaciones que necesitábamos. Por supuesto ya en tierra, los irresponsables de siempre, Riccardo, Ferdy y Marco se tomaron todo a la chacota.

Riccardo, Ferdy y Marco | Foto: RC

Siguiendo con mi costumbre de interiorizarme un poco sobre la historia de los puertos más importantes que tocamos hemos hallado información más que abundante sobre Ushuaia, y una brevísima idea es la siguiente…

Un poco de historia

Luego de más de 6.000 años de vida en la zona, los habitantes más australes de la tierra onas (o selk’nam) y yaganes (o yámanas) comienzan a “recibir” expedicionarios europeos, etapa en la que se entremezclan naufragios, pequeños combates entre locales y los de “extrangia” y matanzas de lobos marinos que van deteriorando la vida de los nativos fueguinos.

Los selk’nam u onas, eran esencialmente cazadores terrestres y recolectores nómades, que habitaban gran parte de la Isla de Tierra del Fuego, desde las planicies próximas al estrecho de Magallanes, hasta el área comprendida entre el río Grande y las vecindades del canal Beagle. A su tierra le daban el nombre de Karukinka.

Los yámanas o yaganes, ocuparon ambas márgenes del Canal Beagle y canales adyacentes hasta el cabo de Hornos, habitando la zona litoral marítima, cazaban fundamentalmente lobos marinos siendo una de sus principales fuentes de alimentación. Su contextura física era de torso ancho y largo en contraste con sus extremidades inferiores. Durante las incursiones de audaces navegantes europeos a partir del siglo XIX, los yámanas, son sorprendidos por el bergantín Beagle, surcando las aguas del canal, al que posteriormente, se daría el nombre de la citada nave, iniciándose así los primeros contactos -complicados, como es de esperar-  con el hombre blanco.

A partir de 1881 se inició la explotación del oro en el territorio. Los mineros establecidos en el norte de la isla, no tardaron en tomar contacto con los selk’nam, causándoles reiterados vejámenes, tales como la apropiación forzada de sus mujeres e incluso el asesinato de hombres con la consiguiente reacción violenta de los aborígenes. En 1871 se hace definitiva la instalación de la Misión Anglicana a cargo del reverendo Thomas Bridges, en las inmediaciones del actual aeropuerto de Ushuaia, en la península homónima. El 18 de junio de 1872, nace en Ushuaia Tomás Despard Bridges, el primer niño blanco fueguino. En el mes de septiembre de 1884, recala en la bahía de Ushuaia, la división expedicionaria al Atlántico Sur de la Armada Argentina, comandada por el Comodoro Augusto Laserre, quien instala una sub-prefectura el 12 de octubre de ese año, fundando así la Ciudad de Ushuaia.

Comienza la llegada de pioneros, atraídos tal vez por los comentarios acerca de la existencia de oro en Tierra del Fuego. Sin embargo, una idea preocupa al Gobierno de la Nación, el interés en lograr la radicación definitiva de pobladores en este suelo. Así, tomando como referencia la política de países como Francia e Inglaterra, el Gobierno Argentino ve la posibilidad de instalar un presidio en el archipiélago fueguino. Varios fueron los intentos, hasta que se instala una prisión militar en la Isla de los Estados, siendo posteriormente trasladada a Ushuaia en 1902.

Presidio de Ushuaia
Interior del presidio de Ushuaia

Paralelamente se coloca la piedra fundamental del edificio que aún hoy se puede observar y que albergó presos comunes, militares, y en alguna ocasión, políticos. A principios de siglo el pequeño poblado vio con agrado la llegada de varias familias de diferentes orígenes, croatas, españoles, libaneses, lituanos etc., los que por diversos motivos vinieron a Tierra del Fuego. Algunos, una vez finalizadas sus tareas decidieron radicarse y no regresaron a su país de origen. En 1947, el gobierno de la Nación decide cerrar la cárcel y la totalidad de las instalaciones son adquiridas por el Ministerio de Marina, creando en 1950 la Base Naval Ushuaia.

Mitos

Como todos, los aborígenes australes también tenían sus leyendas. La más conocida es la de la creación de la luna llena, de origen tehuelche, dado que éstos se expandían en las regiones norteñas adyacentes a las de Tierra del Fuego. Y es sabido que había continuos intercambios entre las etnias australes.

Kooch (ser supremo) ya había creado al sol para iluminar el día y dar calor a la existencia, pero durante el descanso de éste, Tons (la oscuridad) daba libertad a sus hijos, los malos espíritus que prodigaban los males por doquier y los gigantes Hol-Gok asomados por los ojos de las maderas viejas, por los huecos de las rocas y desde lo profundo de las cavernas, acechaban a los indios para prodigarles sus males, enfermedades y desgracias, entonces Kooch crea a la luna, llamándola Keenyenkon para que ilumine a la tierra y aleje con su lumbre a los malos espíritus.  Las nubes que divagaban por el cielo fueron presurosas a contarle al sol la buena nueva y tanto le hablaron de la pálida dama nocturna que decidió conocerla y una mañana quebró con sus rayos el horizonte antes de lo acostumbrado, por su parte Keenyenkon tampoco pudo resistir el embrujo del rubio madrugador y lo acompañó a través del azul del cielo hasta perderse en el horizonte quebrado de los Andes, en un rojo atardecer.

A la mañana siguiente, el 19 de marzo, Keenyenkon y el Sol andarían por ahí, pero nosotros teníamos cosas para hacer y comenzamos con las tareas de siempre, a las que se suman las de reparaciones. Nos turnamos para bajar a tierra pues el barco no podía quedarse sólo y una vez en tierra cada uno tenía una misión.  Fue un largo viaje y hay varias cosas por reponer o reparar, siendo la más importante de ellas el obenque y su pieza de anclaje (landa). El problema era hallar un taller que trabajara el acero inoxidable, lo hiciera bien y rápido, pues nuestra estadía no era muy larga. Gracias a la información de navegantes amigos del lugar, hallamos ese taller y nos resolvió éste y otros problemas perfectamente.

No descuidamos los objetivos del viaje y solicitamos una reunión con el Director del Museo del Fin del Mundo, quien gustosamente nos dio una entrevista la que fue filmada íntegramente. Y se ha transformado en documental para la RAI, junto a otras cosas filmadas desde el inicio del Proyecto. Los pocos días que tendremos de estadía pasan muy rápido y siempre, en todos ellos, tenemos cosas para resolver. Con Filippo no hemos podido tomarnos un día entero de licencia. Pese a ello, me hago de un tiempo, corto, para conocer el viejo Penal de Ushuaia, que ahora es un museo y centro comercial y cultural.

Para recorrer el trayecto siguiente por el Atlántico Sur, esperábamos a otro tripulante, Martín Alonso, el tercer argentino. Hacía meses que por mail habíamos concertado esta cita y como él también es trotamundos, no nos habíamos visto personalmente. Lo conozco hace 15 años y no dudaba que iba a estar en la esquina y hora convenidas bastante tiempo atrás. Llegó a tiempo y nos metimos en el primer café para desayunar y escapar de la lluvia. Sólo me encontré con un pequeño detalle no previsto: Martín no vino sólo.

Una franco-sueca aventurera, dinámica, estoica y con mucho mundo a sus espaldas estaba con él. En el aeropuerto de Buenos Aires el azar los colocó juntos en la fila del abordaje del avión y luego los hizo sentar uno al lado del otro. Seis horas de vuelo y la misma locura hicieron el resto. Demasiada casualidad. Luego de una charla muy distendida entre los 3, Martín me pregunta si ella podría venir con nosotros.

El mundo náutico, como todo el resto no náutico, no es lo que era. Habían cambiado mucho las cosas desde los años románticos de Josua Slocum, Alian Gerbault, Voss, Vito Dumas et al.  La lista de problemas y tragedias a bordo por llevar desconocidos era muy larga. Con Filippo habíamos acordado que en la Adriatica no viajan extraños, a menos que fuera una circunstancia de extrema necesidad y además podamos nosotros -sin armas- garantizar la paz a bordo.

En teoría, mi respuesta a Martín debería haber sido un automático, instantáneo y rotundo no. Pero para decir “no” teníamos tiempo y la idea no era mala, lugar sobraba a bordo y de hecho, una pasajera imprevista era un ingrediente típico de novelas de aventuras marinas. Su experiencia en navegación a vela no era mucha ni imprescindible en este caso y además su evidente voluntad podía equilibrarla. En cambio, Paola Beneton tenía algo que sí era importante a bordo: un excelente carácter y una sonrisa automática, casi constante. Mientras pagara su comida, trabajara a la par que nosotros e hiciera sus guardias yo no veía inconveniente alguno. No me preocupaba en absoluto la convivencia pues yo conocía a mi gente y descarté cualquier problema. En contra de lo acordado, igual hablé con Filippo y convinimos en que. una semana de navegación tampoco era una eternidad y casi no habría tiempo para que fermente cualquier desavenencia personal en el caso de que ésta apareciera. En mi opinión los riesgos eran bajos y la experiencia podría ser buena. Decidimos darle una oportunidad a la vida de jugar sus dados: Paola podría ser de la tripulación hasta Mar del Plata. Allí desembarcaría y no nos vemos más. ¡Perfecto! [i]

Cuando le informé que podía venir con nosotros se puso muy contenta y al día siguiente estaba a bordo, lista para comenzar cualquier tarea que se le encomendase. Instantáneamente “enganchó” perfecto con todos nosotros. A bordo se hablaba italiano y español, por lo que no teníamos problemas en comunicarnos con ella; no obstante Paola sumó el francés (Filippo hacía meses que no lo hablaba y yo podría practicar los ralos resabios del mío), el inglés (yo podía practicarlo a voluntad), el sueco (a Martín le venía muy bien pues estaba estudiándolo) y el alemán, que Paola nunca lo habló a bordo porque no teníamos perros para entrenar. Además de útil e incasable tripulante, deliciosa compañía y un carácter maravilloso, pocos días después descubrí en Paola a un genio de la diplomacia.

Martín se metió de lleno en las tareas de a bordo. Navegante de los duros y de larga trayectoria pese a sus jóvenes años, con su experiencia y voluntad en el agua demostró con creces que fue una buena decisión invitarlo a navegar con nosotros. Por eso y sin duda alguna, puedo afirmar que el mayor aporte que como navegante Martín le hizo a la Adriática, fue traer a Paola. Las maravillosas consecuencias de tal acto continúan hasta hoy.

Cerca del momento de nuestra partida, se desembarcaron Gianluca, que regresó a Milano, y Mauro, el cámara, quién reembarcará dentro de unos días en Punta del Este, Uruguay. Parece que la navegación por el Atlántico Sur no les atrae mucho. Seremos pocos, pero suficientes para este habitualmente poco incómodo tramo que nos espera, aunque es menos sufrido hacerlo de S a N que a la inversa.

Habiendo realizado reaprovisionamiento de víveres, agua y combustible, reparado la soldadura de la landa y muchas cosas más como si la Dama Roja fuera una Estanciera del 66 (no es sino una simpática metáfora aportada por un lector hace unos meses) partimos la mañana del 23 de marzo. La odisea de izar las tres anclas fue por lejos una maniobra complicadísima y trabajosa de toda mi vida náutica. El barco, obviamente, había tomado muchas vueltas en torno a las 3 líneas de fondeo y se armó tal galleta que, aun con la ayuda del dinghy, 2 personas tardamos una hora pasada en zafar.

Al fin, nuestro velero navegaba nuevamente. Estábamos recorriendo las últimas millas del Canal Beagle, lugar muy vinculado a este proyecto y casi no lo podíamos creer. Al final del mismo, nos esperaba otro estrecho, bastante más complicado, que es el Estrecho de Le Maire, pero no nos adelantemos…

Durante toda la navegación por el Canal Beagle, miré atentamente sus costas, realzadas por la luz del generoso sol que nos acompañaba. Son las mismas que miraron Darwin y Fitz Roy. En casi toda la navegación, a lo largo de todas ellas no hay elementos que delaten al siglo XXI, por lo que no cuesta nada imaginar que estamos a bordo del Beagle en 1834. La única y no menor diferencia es que nosotros tenemos el viento a favor.

Las aguas estaban cada vez más calmas.

Foto: RC

Continuamos con rumbo general E y cruzamos el hermoso y muy angosto paso Mc Kinlay, que separa a la costa norte de la isla Navarino (Chile) a nuestro estribor, de la isla Gable (Argentina) a nuestro babor. A proa, enmarcadas en la impresionante perspectiva del canal, se veía el Islote Snipe (Chile) y luego el grupo de las Islas Becasses (Argentina). Estaba previsto viento NW fuerte, por lo que poder llegar a la zona de Puerto Español, bastante resguardado dentro de Bahía Aguirre, sería un logro.

A eso de las 18:00 hrs. estábamos a un par de centenares de metros al sur de las Islas Becasses. Sobre la pequeña isla (una roca grande más que una pequeña isla) apareció un hombre abrigado, con el uniforme azul oscuro de la Armada. Sin duda uno de los integrantes del pequeño destacamento que, por cuestiones de soberanía, la Argentina mantiene en esas rocas alejadas de la mano de Dios. Caminó por la roca pelada agarrándose las manos por el frío y apretándoselas contra el cuerpo, con los brazos semi encogidos. Cuando llegó al raquítico mástil arrió mi bandera, la dobló, la puso bajo el brazo y se la llevó a la caseta. Se me estranguló la garganta.

Jamás conoceré a ese hombre y él jamás sabrá que en ese velero de casco rojo y bandera italiana había un argentino mirándolo emocionado y agradecido. Allí, donde mi país es sólo frío, viento, rocas y más frío y viento, había “uno del palo” haciendo su tan sencillo como importante trabajo, sin público, sin controles, aplausos, lujos ni almanaques.

La luz desaparecía rápidamente y en su lugar comenzaban a llegar las primeras rachas de viento, quienes anunciaban lo mismo, pero en dosis muy generosas. Casi de noche, entre Bahía Slogget (Tierra del Fuego, Argentina) y la isla Nueva (hoy Chile), alcanzamos la máxima latitud austral, esta sí, la más lejana de Italia, los 55º 07’ S. Nuestra longitud es 069º 29’26 W. En este punto suceden dos cosas: Dejamos la navegación con rumbo SE y la hacemos con rumbo E. ¡¡¡Nunca más iremos hacia el Sur!!! A partir de ¡ya!, estamos regresando. Es el punto de inflexión del viaje, su apogeo. La otra cosa que sucede es que el viento aumentó bastante y la cosas se pueden poner complicadas. Es la despedida del mundo austral. Sabe que nos vamos y nos deja su recuerdo,

Para la noche, hubimos de regresar un poco, meternos en Bahía Aguirre y, ya dentro de ella, buscar las abrigadas aguas de Puerto Español. En este caso, “Puerto” no quiere decir lo que normalmente uno se imagina. Es sólo una pequeña bahía con una playa desierta, rodeada de montañas y de muy triste historia.[ii]

Nuevamente una maniobra completamente a oscuras realizada utilizando el radar, culminó en un correcto fondeo.  El frío había aumentado y dormir luego de una abundante cena caliente fue muy beneficioso para todos. El ulular del viento era casi insoportable. Toda la noche sopló más de 40 nudos. La protección de Puerto Español no era excelente, pero permitía soportar la tempestad sin peligro para el barco y nosotros estábamos muy cómodos.

Océano Atlántico

A la mañana siguiente, temprano, continuamos el viaje. El fin del Canal Beagle estaba muy próximo. Cerca del mediodía, comenzamos a navegar francamente con dirección NE, apuntando al extremo occidental de la Isla de los Estados, que se veía algo lejos, pero nítidamente. Estábamos dentro del Estrecho de Le Maire y ya habíamos finalizado el Canal Beagle, el más importante de todos en este viaje, por su íntima relación con la historia de Darwin. Este canal exótico, del fin del mundo a los ojos europeos, ya era historia y, otra vez me invadió esa sensación de que todo es tan rápido, de que la Adriática no es un velero sino una máquina de hacernos vivir.

El Estrecho de Le Maire es una muy peligrosa área de navegación que, como el paso Kirke, tiene sus “momentos de cruce” en sentido N/S y viceversa, debiéndose esperar la coincidencia entre la dirección del viento y la corriente. En caso de que un barco se halle con viento en un sentido y corriente en otro, realmente la va a pasar muy mal. Es una zona de escarceos y puede llegar a arbolar olas de más de 8 metros de altura, sin orden aparente. La cantidad de naufragios en la zona es colosal.

En nuestro caso, habíamos llegado algo temprano y debíamos esperar un poco. Como las condiciones eran buenas hicimos esa espera en la hermosa Bahía Buen Suceso, en el extremo oriental de la isla de Tierra del Fuego, en la península Mitre. Fondeamos en la calma y verde bahía bordeada de bosques y montañas bajas e intercambiamos algunos mensajes radiales con el pequeño destacamento naval que se hallaba en la playa cuya función es controlar el tráfico marítimo del Estrecho.

Luego de tres horas de descanso y espera, zarpamos nuevamente, acompañados de sol. El viento no era fuerte pero la dirección no nos favorecía en absoluto, pues venía del N, que era justo hacia dónde debíamos ir. Por supuesto nuestra proa se dirigía – con bastante sacrificio, por cierto -, al ENE.  Para empeorar las cosas, sobre el horizonte NW se veía el avance negro de la tempestad.

Cruzando el estrecho de Le Maire | Foto: RC

Seguimos navegando una hora más y ya casi la teníamos encima. En la amura de estribor estaba la célebre y tenebrosa Isla de los Estados a menos de 4 millas, llena de caletas en donde refugiarnos y, cosa muy rara, también con manchas de sol

Nos cruzó la proa un portacontenedores de tamaño homérico que no tuvo la buena educación de responder a los llamados que por radio le hacía cortésmente la autoridad marítima argentina desde Radio Bahía Buen Suceso. Derivamos un poco y lo pasamos por su popa. Aunque el reglamento internacional indicaba que el derecho de paso era nuestro, hay otro reglamento tácito que rige a los navegantes de vela con cierta experiencia: el derecho de paso lo tiene el más grande, pues es el que tiene la menor capacidad de maniobra. Cruzamos su popa lo suficientemente cerca como para ver su nombre con claridad, era el “Miang May” con bandera de Monrovia y así lo informé por radio al destacamento de Bahía Buen Suceso.

Portacontenedores Miang May | Foto: RC

Ese barco tenía la obligación de responder el llamado de las autoridades argentinas para cumplir con el control de tráfico de rigor, como en cualquier otro lugar del mundo con aguas de exclusiva soberanía de alguna nación.

Cuando casi al atardecer todo ya era gris, explotó la tormenta. La decisión era automática, ir a refugiarnos en la Isla de los Estados. La pequeña Bahía Hoppner, en la costa norte y casi en su extremo occidental, nos ofrecía un refugio perfecto para este viento, al menos así lo pensamos luego de estudiar la carta.  Derivamos unos grados y la Dama Roja volaba en dirección a la tranquilidad del abrigo de la caleta. Antes de llegar a ella, debíamos pasar el Cabo San Antonio, que se internaba en el mar, con rumbo norte.  Este cabo es un fino dedo de montaña que se interpone entre nosotros y el acceso a la caleta Hoppner. Luego de cruzarlo debemos virar hacia la derecha y navegar directo hacia la caleta.  Las olas comenzaban a crecer en altura y encresparse, sin embargo, lo hacían mucho menos de lo que correspondería si estuviéramos en mar abierto. Entramos a “Puerto” Hoppner sin problemas, dejando las rocas del acceso por babor y minutos después habíamos fondeado en un pacífico lugar. Un par de anclas, y dos líneas a tierra trabajosa y hábilmente establecidas por Marco y Damiano (como siempre) nos hicieron sentir que podríamos descansar.

A las 1930 hs, la hora calculada, la Dama Roja estaba bien fondeada mirando su proa hacia el W, hacia tierra, de la que nos separaban unos 50 metros de una superficie de agua casi totalmente cubierta de algas marrones. Esta pequeña caleta estaba rodeada de las típicas montañas agrestes de la isla, manchada de vegetación de árboles pequeños y completamente inclinados hacia la dirección en que sopla el viento predominante, hacia el E. Para repararse del viento del NW era ideal. Miraba hacia arriba y veía a las nubes pasar a una velocidad sorprendente y agradecí haber llegado a tiempo a Hoppner.

 Una zarpada tempestuosa

El 25 de marzo amanecimos rodeados por un ejército de kelps, algas marrones. La Adriática parecía una maceta roja con un gran árbol sin hojas y colocada en un jardín en invierno. Pasamos todo el día descansando, cada cual a su manera. Algunos durmieron, otros leyeron. Todos deportes de riesgo, para mantener el estado físico.

Según el derrotero italiano, este lugar es “por lejos” el mejor de toda la isla. Sin embargo, ni a Fil ni a mí nos convencía porque presentaba un punto muy débil: el S.  Esto no quiere decir que el derrotero estaba errado, no. Lo que sucede es que un barco pequeño puede tener mayores opciones de refugios, en los que nosotros ni siquiera podemos pensar entrar o fondear debido a nuestros 4 metros de calado.

Luego del almuerzo nos pusimos a trabajar en las cuestiones del mantenimiento general. No habíamos terminado de relajar los músculos cuando repentinamente, al caer la tarde entró una racha de mediana intensidad, nada peligrosa, del SSE, colándose por una quebrada en forma de “V” que hacía la misma montaña que nos protegía. El mecanismo era evidente: el fuerte viento del NW de ayer a la tarde /noche había virado al SW y éste golpeaba a la montaña en esa quebrada abierta, y en vez de continuar su vuelo hacia el NE, parte de él daba la vuelta guiado por las altas rocas de esa “V” y accedía libremente a la “reparada” bahía en la cual fondeamos ayer.  Contra esa dirección del viento no teníamos protección alguna y además nos pegaba por el costado de babor, lo cual hacía que las líneas de tierra y las anclas trabajaran muy esforzadamente. Había que irse rápidamente, pues si el viento aumentaba nuestra situación se podría comprometer mucho, dado que a no más de 20 metros, teníamos la rocosa costa de la bahía, por el lado de estribor del barco.

“Nos vamos ya”, me dijo Fil. La maniobra debía ser hecha bien y muy velozmente.

Nuevamente las órdenes precisas, el silencio de quienes hacen lo que saben y deben hacer y algún comentario en voz baja entre Filippo y yo. El viento comienza a arreciar y no hay tiempo para esperar. Filippo ordena largar en banda la línea de cabo de la segunda ancla, fijarle un orinque y que después la vendremos a buscar con el Dinghy.  Levantamos fondeo y justo Damiano y Marco habían finalizado de largar las líneas de tierra. El motor respondió y comenzamos a buscar un nuevo lugar dentro de la misma bahía Hoppner. La lluvia ya no era vertical sino oblicua, el cielo estaba lúgubre y totalmente cubierto. El viento seguía aumentando su velocidad y las gotas de lluvia delataban a los danzantes remolinos que se formaban.

Rápidamente vimos con Filippo que no había un buen lugar para resguardarnos de este viento de rebote. La configuración de la bahía no nos daba buena protección y nuestro calado no permitía acercarnos mucho a la única parte en que realmente nos podríamos haber quedado fondeados tranquilos, que era en la orilla SSE, opuesta a la que estábamos.  La Adriática daba vueltas y vueltas como un perro ciego y desorientado buscando un hueso perdido. El lugar que era bueno no tenía profundidad o la tenía en demasía y nos impedía la maniobra de fondeo y los lugares que tenían una profundidad aceptable no estaban reparados del viento.

Las últimas luces de la tarde se iban junto a nuestras esperanzas de pasar una noche reparados. La opción era demoledora, no la queríamos ni nombrar y de hecho no nos dijimos nada: pasar la noche afuera, navegando. Lo grave  de esto es que teníamos información meteorológica que nos avisaba de la pronta llegada  del típico tren de centros de baja presión y vientos de W en pocas horas, o sea que si salíamos al mar, ahora navegaríamos fuerte y a favor del viento para luego tener que aguantarnos  varios frentes de ceñida, y como la Adriática no se destaca por su capacidad orzadora, (les recuerdo que le falta el palo mesana) terminaríamos al sur de las Islas Malvinas en un día o dos en una posición  muy mala para poder remontar  el Atlántico Sur rumbo a  Puerto Madryn, nuestra próxima escala planeada antes de la Base de Submarinos de Mar del Plata.

Ahora regreso Fil, le dije. Voy adentro porque deseo cotejar algo.

Lo dejé acompañado por la rueda del timón. Todos estaban dentro del barco, como correspondía. Apenas deslicé el tambucho protegido por la chubasquera accedí a la escalera.  En la mitad de ella, sequé mi traje de agua con un repasador “ad hoc”. Chorreaba mucho y mojar la mesa de navegación es un pecado grave a bordo, sólo superado por el de naufragar por negligencia.

El ruido del motor cubría todo, pero aun así la vida interior de la barca era de lo más apacible y cálida. Nadie reflejaba preocupación en su cara y eso estaba muy bien.

Vine adentro porque recordé un dato que, en una corta visita a su casa hace unos días, me había dado Julio Brunet en Ushuaia y que yo había dibujado en un trozo de papel “por si las moscas”. (Tengo la costumbre de buscar y guardar por años datos de todo tipo que podrían servir a mí u otros navegantes). Había guardado ese papel entre las hojas de la guía náutica que usábamos.  Efectivamente, en ese croquis a mano alzada había dibujado un pequeño círculo en el interior de la caleta de Puerto Parry.

Salí nuevamente del confort interno, crucé los dos cockpits que me separaban de la timonera y me puse “a sotavento”[iii] de Fil en un vano intento de que su humanidad protegiera a la mía.

“Se te ocurre algo?” – me pregunta Filippo, girando su cara hacia mi. La caperuza de su traje de agua solo me dejaba ver medio rostro de él. Creo que es la única vez que lo ví algo preocupado y no era para menos pues la opción de estar toda la noche afuera sumada a sus consecuencias, era realmente nefasta.  Sus ojos estaban casi cerrados, protegiéndose de las grandes gotas de agua que la visera de su capucha no podía detener.

“Si no, deberemos salir a navegar toda la noche, lo cual no me gusta nada”.  Fil estaba virando el barco y las gotas de agua le llegaban a la cara desde otra dirección.

“Tengo un Plan B”-, le dije.

Notas al pie:

[i] De hecho, hace unos 14 años que con Paola no nos vimos muchas veces. Sea en su apartamento en Paris, en el mío de Buenos Aires, en Italia, en Mallorca y viajando. Hubo necesidad de esta pandemia para que con Fil y Paola no nos viéramos más el 2020. En Ushuaia con Filippo jugamos los dados de la vida y nos salió generala. Tenemos los 3 una amistad de grafeno.

[ii] En 1850 una media docena de misioneros, un médico, un carpintero y un marino  fueron dejados  en Banner Cove, (Isla Picton, hoy Chile) para levantar una misión y evangelizar a los indios. Los indígenas se mostraron hostiles desde el primer momento.  Tiempo después, al no poder defenderse de los constantes ataques de los indios yáganes (por haber olvidado la pólvora y armas  a bordo de la nave que los llevó hasta Banner Cove), el Cap. Gardiner  ordeno á evacuación del lugar y dirigirse a Bahía Aguirre.  En Banner Cove dejó un mensaje pintado en las rocas, dirigido a su relevo que vendría en seis meses: “Rápido, vayan a Puerto Español”. Habiendo llegado a Puerto Español, y luego de meses de agónica espera a sus salvadores, los misioneros fueron muriendo de hambre y de frío, uno a uno.  Fue el Cap. Gardiner el último en morir.

[iii] Ponerse a sotavento de algo es colocarse de tal forma que ese “algo” (Filippo en este caso) a uno lo proteja de cualquier agresión natural (viento, lluvia, olaje). Es “escudarse, protegerse” con ese “algo”. Lo opuesto es Ponerse a barlovento, que significa enfrentar la agresión de la naturaleza. En este caso, Filippo estaba “a barlovento” de mí. O sea, se aguantaba todo.

Por: Ricardo Cufré
Escritor y navegante

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