

Las comunicaciones
Durante la mañana siguiente ocurrió una de las pocas oportunidades en que nos pudimos comunicar con Puerto Madryn. Nos informaron que había llegado un fax enviado por Ken Campbell, de la empresa Commanders Weather, que se dedica a hacer seguimiento meteorológico y estudio de rutas para veleros, generalmente en regatas oceánicas. En el fax, había pronósticos de corto, mediano y largo alcance, realizados en base a nuestro FIX de tres días atrás. ¡Y también nos sugerían ir hacia el norte, en donde encontraríamos vientos favorables!
En realidad, nosotros sólo queríamos probar el procedimiento a seguir con Commanders Weather. Como carecemos de e-mail a bordo y las condiciones de propagación de radio no son buenas, la única manera de comunicarnos con él era por medio de algún radio-aficionado que nos hiciera de “puente”. En realidad, el sistema no funcionaba. Teníamos grandes problemas para lograr una comunicación fluida con Commanders. Ahora no nos importaba mucho, pues en realidad nuestra idea era utilizar sus servicios cuando estemos a unos 10 días de Cabo de Hornos, y para eso aún faltaban infinitas millas…
Nuestra sorpresiva ola de ayer nos dejó de “souvenir” un crujido nuevo, que nunca antes se escuchó. Jamás. Era un pequeño ruido tímido, que sólo aparecía con determinados movimientos del barco y se parecía mucho al sonido de un grillo. Por suerte, nunca nos abandonó. Me acostumbre mucho a él. Fue compañero de cientos de guardias, y una especie de alarma de movimiento: sólo aparecía cuando el barco se movía por encima de cierto límite. Tardé dos océanos en poder determinar su origen.



Como hace todo un día que el viento no supera los 40 kts. y comenzó a rotar lentamente hacia el NNW, creo que estamos en el comienzo del fin de esta parte incómoda de la travesía del Atlántico Sur. No hemos variado el rumbo, y como recibimos al viento unos grados más hacia popa, el catamarán aumentó sensiblemente de velocidad. Tenemos que achicar las velas aún más para frenarlo un poco y que no golpee. A veces superábamos los 10 kts. y aparecían cuatro surtidores) de agua, muy altos, dos en cada proa. Parecía que el Brumas tenía dos “victorias aladas”, la famosa estatuilla del Rolls Royce en cada proa, pero de agua y tamaño descomunal. Es un espectáculo. ¡Si hubiera menos oleaje y pudiéramos tener más vela, creo que volaríamos!
En pocos días más deberemos cruzar el Meridiano de Greenwich, la medianera del mundo. Es el primer “límite” que atravesaremos y habremos de sentir que avanzamos.
El viento no baja su intensidad y las olas tienden a ser mayores aún. Como no podemos llevar menos vela de la que tenemos (sólo estamos con una pequeña porción de genoa), decidimos quedarnos al garete, para cuidar el barco. La maniobra de aferrar las velas en cubierta fue como ir al teatro. Hay excelente visibilidad, y desde el techo de la cabina se observa absolutamente todo el océano, en todas direcciones.
Hace muchos días que el sol, si aparece algunos minutos, es una perla gris, enferma, que de solo verla se me enfría el alma. Sin embargo, pese a que está totalmente nublado hay mucha luz pues son las 08:00 hs. de la mañana. Es un verdadero espectáculo ver las inmensas olas oscuras todas ordenadas, con sus crestas paralelas que corren de un horizonte a otro sin ningún obstáculo. Por el momento son todas iguales y espero que sigan con esa prolija y conveniente costumbre.
Termino de aferrar la vela mayor en la botavara. Mientras respiro muy profundamente y despacio el aire más puro del mundo, giro 360º y miro como si fuera la última vez. Quiero inundar mi memoria con todo esto. Pocas veces en la vida estaré en el centro de un lugar tan grande. Cuando el viento pega en mi espalda, la presión es tal que debo hacer cierta fuerza para mantenerme. Es como una gran caricia, suave pero fuerte. El catamarán es maravilloso para estar al garete. Pese al estado del mar, se balancea muy suavemente, impensable en un monocasco.
Aves admirables
En el mar no hay absolutamente nada excepto nosotros y unas pocas aves muy diminutas y ágiles. Me llaman profundamente la atención estos pequeños pájaros. Hacen unas piruetas inconcebibles con una velocidad increíble, describiendo un vuelo muy caótico, como el de los murciélagos. Parecen que se van a estrellar contra el agua y, sin embargo, en el último centímetro realizan una maniobra que envidiaría el mismo von Richtoffen y emergen nuevamente hacia el cielo. Una y otra vez.



Cada tanto, estos pájaros vuelan rasante a la superficie del mar y con una sola pata (creo que siempre es la izquierda) apenas la tocan por un instante. Observo detenidamente esta acción y veo que la repiten una y otra vez. A veces el mismo pájaro lo hace varias veces en unos pocos minutos. Intento explicarme el hecho, pero no atino a ninguna respuesta satisfactoria. Obviamente estos pájaros no pescan nada con esta conducta, ni tampoco beben.
Dudo que sea para enfriar la sangre. De repente se me ocurre que puede ser una maniobra estabilizadora del vuelo en ese momento, pero el hecho de que siempre utilicen la misma pata me hace dudar de la teoría, pues no siempre se desestabilizaría el vuelo del mismo lado puesto que las aves no son asimétricas. Estamos a más de 2000 millas de la costa más cercana y, por lo tanto, estas aves marinas deben poder posarse en el agua cuando lo necesiten. Eso significa que tampoco utilizan su pata como un termómetro para testear la temperatura del agua. Realmente estoy desconcertado por el enigma y asombrado por la habilidad de estos animalitos en el aire.
Otra cosa hermosa de ver en ellos es su maniobra de despegue desde la superficie. Flotando, se colocan proa al viento. Como las olas son gigantes para ellos, no intentan gastar energías en aletear y correr por ellas, como los aviones en una pista, para remontar vuelo una vez adquirida la velocidad necesaria. Nada de eso. Simplemente, esperan unos instantes antes a que la ola los pase. En ese momento, antes de ser arrollados por la cresta rompiente (cuando hay mucho viento, como ahora) simplemente despliegan sus alas.
El mismo viento que arrastra a las olas desciende por la pendiente de sotavento de las mismas, a una velocidad mucho menor que la que tiene sobre el agua. Pero esa velocidad es suficiente para que estos pájaros se levanten del agua un par de pulgadas, como un diminuto barrilete emplumado. Hábilmente mantienen esa altura sobre la turbulencia de la cresta de la ola y luego, cuando ya llegaron a la cúspide de la masa de agua y reciben el viento directamente, se dejan llevar como hojas en otoño, mostrándole al viento las alas extendidas y su vientre. Van a la deriva unos metros, obviamente a la misma velocidad que el viento, lo que significa que son verdaderamente “arrancados” del agua. Luego de un par de segundos, maniobran y toman control del vuelo. ¡Un “waterstart” perfecto!
Echo una última y lenta mirada a todo el horizonte intentando descubrir algún barco. Nada. Decenas de miles de kilómetros cuadrados sólo para dos personas… ¡Es casi un insulto! Pienso en los pasajeros de cualquier subte del mundo, en una hora pico. ¿Alguno de ellos se imaginará que hay humanos acá, pensando en ellos?
Cuando regreso al cockpit se acercan un par de albatros inmutables, esculpidos en el aire. Pasan de un lado al otro del Brumas, a poco más de 2 metros, sin esfuerzo alguno. ¡No se molestan en mover sus alas ni una sola vez! Ambos me miran con una indiferencia que me hace sentir menos que una basura que flota. Es más, creo que si fuéramos una basura nos mirarían con más atención, pues podrían intentar comer algo.
¡Tostadas!
¡Mmmm!, huelo un sugerente aroma a tostadas e instantáneamente tengo un hambre voraz. El anemómetro indica que el viento alcanza los 53 kts. Creo que es hora de ir al salón a desayunar y tomar algo caliente y luego a descansar. Hay que aprovechar las escasas comodidades que nos brinda el Atlántico Sur…



Varias horas después, casi de noche, apareció nuevamente Miguel en la radio. Aproveché para mandarle mensajes a mis padres, mintiéndoles descaradamente sobre el estado del tiempo. Deben creer que estoy tomando un lujurioso sol, untado con alguna crema pantalla solar factor 95. Miguel también nos trajo noticias del clima. En poco tiempo deberá calmar, y luego, el viento rotará hacia el S. Esto es muy bueno para llegar fácilmente a la latitud 40º S, pero para seguir rumbo 090º no es nada conveniente. Parece ser que un centro de alta presión se está por establecer al N de nosotros. Eso sería muy bueno.
Nuevamente me engaña mi percepción del tiempo. Siento como si este viaje hubiera comenzado hace muchísimo. ¿Me estaré acostumbrando a vivir a bordo, fuera de la sociedad? De hecho, antes de embarcarme estuve en la Isla del Coco, que no es justamente una gran ciudad. (De hecho, no hay nada, a excepción de una pequeñita casa de madera). Sea lo que fuere, me siento muy bien a bordo. Siempre me agradaron los veleros grandes, cómodos, y mucho mejor si tienen baños y mesas enormes.
Supongo que por todo eso es que el Catana 44 me parece casi “hecho a mi medida”. Eso me permitió gozar y aprovechar del último descanso. Ahora ya es de noche y deberé ir a cubierta a izar toda la vela, pues el viento ha bajado mucho de intensidad. En pocas horas deberemos ver reducir el tamaño de las olas. Veo que, otra vez, los pronósticos del “amigo” de Miguel en el Servicio Meteorológico Naval, son perfectos. Hasta ahora, nunca han fallado.
Poco a poco, el viento va decayendo. Para la mañana siguiente, la calma era casi total, pero con olas remanentes de todos los días anteriores, aunque mucho más pequeñas. El Brumas casi ni se mueve. Eso significa que es el momento ideal para realizar una maniobra fundamental: ¡bañarme por primera vez desde que salimos de Madryn!
¡A bañarse!
El “zafarrancho de baño” es algo muy divertido en este barco. Por supuesto que en ambos baños hay agua a presión, fría y caliente. Pero para ahorrar y para que no se vacíen los tanques en forma accidental (suele suceder cuando hay invitados que no conocen las peculiaridades de la vida a bordo), el agua caliente esta anulada. Esto significa que para bañarse hay que calentar agua en la cocina, mezclarla con fría y llevarla hasta el baño. Al principio realmente me incomodaba toda esta maniobra, pero luego me acostumbré.
Bruno, que hace años que se baña de esta manera, ya tiene todo calculado y me pasó su experiencia. El resultado es inmejorable. Con un par de recipientes pequeños, además del balde del agua a la temperatura que uno desea, un ser humano se puede asear correctamente todo el cuerpo utilizando no más de 3 litros de agua, como mucho. Sin duda, un ahorro de agua.
Pero lo más extraordinario de todo, es la idea de Bruno de utilizar como toalla el trapo sintético super absorbente que se vende en las casas de artículos para autos. Esta idea es sencillamente genial. En el barco no hay toallas. No son necesarias. Al principio hay que acostumbrarse a una textura diferente a la de estas, y como este trapo se ha de guardar algo húmedo, cuando uno lo utiliza, esa humedad parece desagradable. Sin embargo, me acostumbré muy rápido y debo confesar que desde que regresé a mi casa, nunca más utilicé toalla. Me sigo secando con “el absorbedor amarillo” que dio la vuelta al mundo conmigo.
Tal como nos dijo Miguel en su momento, cerca de los 40º recibiríamos viento del sur. Pero fue suave, y no duró mucho. En cambio, apenas llegamos a la latitud de Vito Dumas, nos recibieron unos “westerlies” moderados que nos permitieron poner spinnaker por primera vez desde que salimos de puerto. ¡Al fin! El Brumas ya puede comenzar a volar rumbo a los amaneceres. Tardamos 10 días en recuperar 10º de latitud. De ellos, tuvimos 4 tormentas, un día y medio de garete y dos calmas. Realmente, a este paso no llegaremos jamás a Nueva Zelanda. Pese a que tenemos dos sistemas de olas diferentes, la navegación no es incómoda. Las olas nuevas, corren de NW a SE, como el viento, y las viejas, son ondas grandes que corren de S a N, como el viento que teníamos hasta ayer. Las nuevas se trepan a las viejas muy suavemente, y no nos afecta en lo más mínimo.
Ahora me doy cuenta que me cambió el ánimo, quizá porque estamos en camino. Buena proa y buena velocidad. Pareciera que el viaje recién comienza. En realidad, casi es así, pues en base al espantoso promedio de velocidad que hicimos desde que zarpamos, desde nuestra posición actual, a unos 8 kts. tardaremos unos 60 días en llegar a Nueva Zelanda… ¡y ese era nuestro cálculo desde Puerto Madryn! Nada podemos hacer para cambiar la historia. Esperemos tener más suerte, ahora que llegamos a la latitud deseada.
Ajústense los cinturones
Al atardecer del 11 de diciembre cenamos “pulpo a la gallega” (sin pulpo). Realmente abundante y exquisito. Como siempre, me quedo lavando y de guardia. La noche no presagia nada bueno. Esperamos un fuerte viento del SW, según el informe que recibimos de la Rueda de los Navegantes. Transcribiré de mi diario parte de los dos primeros días de estadía en esta latitud:
“A las 02:00 hs. Bruno me llama para tomar mi guardia. El barco es un pandemónium. La noche es lo más negro que vi en mi vida. El viento aparente anda entre 42 / 45 kts. y el viento real supera los 50 kts. Vamos al largo por estribor con el viento del SW. 12 kts. es nuestra velocidad. Un ruido infernal, pero un ruido a velocidad, no a casco y arboladura que sufren. Apenas tenemos establecido un pedazo del genoa. La mayor está arriada. Esto no parece un velero.
Las distintas luces del instrumental y la pantalla del radar se asemejan más a un avión de línea que a un barco. La tensión es tanta que la guardia se pasa rapidísimo. De repente, veo que es la hora de despertar a Bruno, pero no lo hago. Que siga descansando. Yo no estoy cansado, al contrario. Al amanecer, veo que todas las nubes son fúnebres. Verifico el barómetro: 995,5 hpa. ¡Ha bajado 5 hpa en sólo 3 horas! No lo puedo creer. Las olas que nos alcanzan son monstruosas. Por las dudas, hago como Lot (no como su mujer) y no miro hacia atrás. Estamos corriendo este temporal y timoneamos con los botones del Autohelm y sólo miro el instrumental que indica los diferentes valores angulares y de velocidad del viento.
La velocidad del barco va en aumento. Ahora estamos corriendo a 14 kts. El piloto automático es una verdadera joya. Solo intervengo cuando hace falta, pulsando algunos botones. De todas formas, estoy preparado para salir a cubierta en cualquier momento y timonear. Con mucha frecuencia surfeamos las olas, pues su tamaño y velocidad nos lo permiten. ¡Son imponentes los chorros de agua que levantan las proas!
Bruno se despierta solo y aparece en el puente. En su cara se le nota que ha descansado muy bien. Y me lo hace saber. “Eso quiere decir que el barco anduvo muy bien, si no, no me puedo dormir”, me dice.
Pasan las horas sin variantes. No hay tiempo para estar sentado. Siempre estamos atentos en la mesa de navegación controlando todo. Miro hacia atrás para ver si el mar sigue “prolijo” y no nos regala ninguna ola “rara”, pero no puedo ver mucho, pues el tamaño de las olas sigue siendo enorme y me tapa la visión. Bruno está haciendo su libro de bitácora y me pregunta mi estimación sobre las alturas de las olas. Pienso que, teniendo en cuenta que mi ojo está a unos 3 metros sobre el mar, fácilmente las olas pueden tener 11 o 12. Cuando se lo comento, me dice que él pensaba lo mismo. El agua es casi negra, y como no hay sol, no puedo notar su transparencia.
El aullido del viento es constante. El barco tiene una excelente reserva de flotabilidad en popa, lo que permite levantarse y dejar que las olas pasen por debajo. De vez en cuando, una ola se desarma justo debajo nuestro y el ruido que hace en el piso del comedor es infernal. Parece un inmenso cepillo cilíndrico que estuviera limpiando la parte inferior externa del puente. Hace un buen rato que estamos a 16 kts. y a veces, alcanzamos los 17, medidos con el GPS…
Es hora de timonear



Pasamos todo el día y la noche siguiente de esta manera. Ya es normal. A veces alguna ola que viene torcida nos hace “colear” y como la velocidad es alta, la fuerza centrífuga que se genera nos obliga a agarrarnos muy fuerte de cualquier parte para no caernos. En una oportunidad, a Bruno casi lo saca del salón y lo tira por la escalera. A último momento, se pudo agarrar del borde de la mesa de navegación. Por la expresión de su cara, supe qué hacía un gran esfuerzo para no salir despedido y caerse. Verifico el barómetro y con alegría veo que continúa subiendo. Ahora puedo leer 998,5 hpa. ¡Ha subido 8 hpa! en las últimas 8 horas. Amaneció de nuevo, y como hay un poco de sol directo (por primera vez desde que salimos de Madryn), salgo a timonear.
¡Es fantástico! barrenar un catamarán de 14 metros a 15 kts. es algo inolvidable. Juego a esquivar las olas que me alcanzan y me divierto como loco. ¡Ah! Me emociono mucho. Cuando las proas largan esos chorros altísimos de agua, todo el barco vibra y hace un sonido muy especial, como de un gato enorme cuando se enoja y echa las orejas hacia atrás. Fffssss!!!!… ¡y nos deslizamos como un patín!
De repente Bruno sale a decirme algo y yo miro al costado. No quiero que me vea llorar. Me la paso diciendo ¡gracias! Con mi voz interior. Gracias por estar vivo para gozar de este mar enloquecido que me deja jugar con él. Recuerdo a quienes quiero recordar y hablo con ellos, contándole lo que estoy sintiendo en este momento. Es de mañana. Tengo el sol de frente, por la amura de babor, pero detrás de la pequeña genoa, que apenas lo tapa con el movimiento del Brumas.
Durante un largo rato juego con el timón e intento dejarlo siempre tapado. Me divierte. Debajo de la pequeña vela de proa, todo el mar brilla, como si las olas fueran de plata líquida, como si Neptuno estuviera vestido con una cota de malla reluciente. Me acuerdo de Dumas y de Moitessier. Pensando en ellos y agarrado a la rueda del timón, arqueo mi cuerpo y miro hacia arriba. Les sonrío y les grito desde el fondo de mi ser: ¡tenían razoooóóónnn, pero la próxima vez prueben en catamarááááán…! Y estallo en una carcajada que me destapa el alma…
Qué emocionante fue esa timoneada. Hoy me parece haber tenido en la mano las riendas de un carro de guerra romano, tirado por dos pegasos blancos, encabritados, condenados a competir y no vencerse jamás, en un eterno final de bandera verde…
Por: Ricardo Cufré, navegante y escritor.
Por: Redacción