


Una orientación antigua muy práctica dice que para agradar a la gente hay que escribir sobre tres temas: política, religión o sexo.
Intentando seguir esta guía de lo polémico y atractivo me he atrevido a escribir – a sabiendas del poco fundamento – algunas veces sobre religión. Paganismo, primeros creyentes, jesuitas, fe, construcción de la Iglesia, etc., intentando explicar acerca de nuestra propia vida occidental, muy inclinada al mundo judeocristiano.
Desde el cristianismo primitivo los jefes de la Iglesia tuvieron la preocupación de establecerla como una comunidad nueva y pública, unida por la extraordinaria importancia de tres temas abordados como nunca antes en el mundo antiguo. Los sombríos y abstractos asuntos en cuestión: la pobreza, el pecado y la muerte, habitaron la imaginación de los cristianos de la Antigüedad Tardía (siglo V d.C.) debiendo observarlos con respeto para conseguir una confortable silla en el cielo.
PECADO
En ese período la basílica abriga a una pléyade de pecadores iguales, donde cuestiones íntimas, como costumbres sexuales y opiniones sobre los dogmas cristianos, pueden ser juzgadas por miembros del clero, en un sistema enteramente público de penitencia, pudiendo inclusive ser excomulgado.



El acceso a la eucaristía implica en actos de separación y adhesión, que evidencian la jerarquía establecida entre los cristianos. En la escalada solemne de los religiosos, ellos son los primeros, seguidos por los castos y por último, los laicos casados. Mientras tanto, los penitentes aguardan en un espacio al fondo de la Iglesia, excluidos de la ceremonia por sus pecados, aguardan humildes, sobre la mirada de los presentes, un gesto de conciliación del padre que prepara la ostia.
POBREZA
Los pobres, miserables y vagabundos se aglomeran en la puerta de la Iglesia y duermen bajo las columnas que rodean sus patios internos. Esperan la limosna de los más afortunados que constituye el remedio para la reparación de los pecados venales. La condición miserable de esta gente representa el estado del pecador que precisa diariamente del perdón del Señor.
El hombre lideraba las formas de patronato, al cual el clero estaba expuesto, sea en donación a la iglesia o en limosna a los menos privilegiados. A la mujer pudiente le era permitido el socorro fraterno a enfermos, locos o internados en hospitales. En ese espacio, las señoras sí eran importantes.
En ese tiempo los ricos ayudan genuinamente pero también “alimentan” al medio donde viven, su ciudad y su villa mucho más para enaltecer y consolidar la condición de élite que beneficia al pueblo, que para aliviar un verdadero estado de aflicción humana y pobreza.



Las comunidades cristianas saben que el mantenimiento de una cierta independencia financiera para los humildes es posible gracias a las medidas de ayuda mutua, como limosnas y la oferta de oportunidad de empleos, con las cuales judíos y cristianos protegen sus correligionarios del empobrecimiento y, por lo tanto, de la vulnerabilidad ante creedores ateos o paganos.
Entendamos que mientras Roma declina, crece el cristianismo, por lo tanto se verifica la asimilación de idiosincrasia romana en la edificación de la Iglesia. Es romana la estrecha y siempre tirante relación entre patricios y plebeyos, transferida al cristianismo en forma de patronato, descripto muy resumido en este texto.
Esta verdadera institución derivada y armada de la pobreza, la de dar, contribuir y ayudar, premeditadamente y por Leyes, como vimos, funcionó muy eficientemente como apropiación de una nueva moral, que en su aplicación se volvía íntima sobre la vida privada del feligrés.
MUERTE
Las primeras tumbas cristianas aún conservaban trazos antiguos (romanos principalmente) de diversidad y particularismo, luego la Iglesia puso repertorios comunes de escenas cristianas en los túmulos.
Enseguida la tumba no será más un lugar privado donde la persona muerta explicaba lapidariamente, con sus palabras, el sentido de su vida o de su muerte. La Iglesia transformó a la muerte en un lugar privilegiado de exposición, a la vista de todos. Empezando en los velorios, por donde transita el cura, dando consuelo expuesto a todos los familiares del difunto y finalizando en la expresión de muchos mediante coronas de flores y mensajes en la hora del entierro.
Cuando el cristianismo se hace notorio, aparecen muchas asociaciones funerarias entre los humildes, los mausoleos de las familias ricas y la cada vez más controlada manifestación sobre el muerto en las lápidas, que debían necesariamente, acompañar un ritual de fe cristiana.
En ese mundo pagano en extinción, ninguna comunidad religiosa, en gran expansión y difusión como el cristianismo, calló tantas voces privadas y diferentes del otro lado de la vida.



Cuando creció la cristiandad, la Iglesia se introdujo entre el individuo, la familia y la ciudad. El Clero afirmó ser el grupo más capaz de preservar la memoria de los que partieron, pregonando una sólida doctrina que enseña a los vivos sobre el sentido del fallecimiento del ser querido. Además de encabezar las ofrendas, las misas, y aniversarios en memoria y beneficio de sus almas son desarrolladas en los atrios de las basílicas, pues la Iglesia y no más la ciudad (como en la Roma pagana) celebra a sus desaparecidos.
Cementerios cristianos administrados por el clero, funcionaban en Roma desde el siglo III. Eran catacumbas subterráneas donde los pobres tenían sepulturas en nichos tallados unos sobre otros, situados a una distancia razonable de los mausoleos de los ricos. Esa distribución atestiguaba la determinación de la Iglesia de actuar como patrono de los pobres.
Del mismo modo, la posibilidad del privilegio de ser sepultado cerca del túmulo de personajes, demostró que esa comunidad exigía jerarquía entre sus miembros, de modo que los padres, miembros del clero, monjes, colaboradores ricos, tenían sus lugares en la propia basílica, junto a notables y héroes.
Mientras escribía esto me recordaba de las sonoras campanadas fúnebres de la Iglesia, lentas y pausadas, en la hirviente Punta Alta, en algún verano de la década del 70. El triste anuncio era público, aunque al muerto nadie lo conociese. Esto era realizado para imponer respeto y miedo cristiano a las gentes que osasen estar afuera de ese dominio. Hoy, ya muy lejos de todo aquello tengo dudas: ¿qué era peor, los 45 grados o las campanadas del padre Fan?
Bibliografía:
ARIÉS, Philippe & Duby, Georges. História da Vida Privada do Império Romano ao Ano Mil, São Paulo. Cia das Letras, 1991.
Licenciado en Historia de la Universidad Federal de Pelotas, Rio Grande do Sul, Brasil